sábado, 26 de julio de 2014

Los maestros: ¿Cazadores de dragones? A propósito de la calidad de la educación.


La incomodidad de ser maestra/-o en Colombia

Ser maestro, en una sociedad como la colombiana, ocasiona incomodidades a estudiantes ácratas, a padres de familia irreflexivos, a una sociedad estigmatizadora, al Estado criticastro y a directivos docentes y docentes amigos del confort, más que de la incertidumbre, de las transformaciones que exige el mundo actual y de los retos. Es una incomodidad en doble sentido; de una parte, el ejercicio de la docencia con criterios éticos, políticos y académicos erosiona el estatus de confortabilidad, que logran establecer algunos agentes de al comunidad educativa, alimentando su propio ego. De otra, la innovación educativa, la investigación, la defensa de la pedagogía y de lo público, el ejercicio de los derechos humanos y el acto de pensar, son poco bien vistos en algunos establecimientos y ello acarrea desarmonía en la ontología del maestro, porque no puede ser Él o Ella, valiéndose de su propio entendimiento –como lo dijese Kant definiendo la mayoría de edad-, llevándolo esta situación, en ocasiones, a la enfermedad mental y fisiológica.      

Sobre la base de estos polémicos planteamientos, que de por sí ya pueden comenzar a generar incomodidad, aspiro a postular unas pistas para que el debate sobre la calidad de la educación asuma al maestro, más allá de un sujeto que tiene o no una capacitación apta o inapropiada para el ejercicio del magisterio. La Peste, de Albert Camus, el Síndrome de El Cazador de Dragones y la película Historia sin fin son, entre otras, tres fuentes que me posibilitaran bosquejar las ideas acerca de incomodidad de ser maestro.    

…obligado a amar sin darse cuenta.

Albert  Camus, en la Peste, apunta que en la ciudad de Oran, como en otras partes, por falta de tiempo y de reflexión, “se ve uno obligado a amar sin darse cuenta”. En las aulas de clase, como en los corredores y en los recreos, por falta de dedicación de la familia a sus hijos, y por la ausencia de amor de una sociedad hacia los niños, los maestros nos vemos obligados a amar sin darnos cuenta, a ser “maestras tías”, como diría Freire[1], llamándonos la atención porque eso contribuye subrepticiamente a deslegitimizar nuestro rol profesionista.

Digamos, volviendo a Camus, que el tiempo está dado, que no está proscrito, que el uso lo determinamos los humanos y, en el caso que nos ocupa, los maestros. Entre tanto, la reflexión está desabrigada porque su progenitora, la pedagogía, está siendo descobijada en las aulas y en las escuelas, pero está su tizón, es decir el maestro, a quien le corresponde propiciar la reflexión sobre las prácticas educativas, dimitiendo del papel de tías y tíos, si no queremos correr el riesgo de que nuestro ejercicio intelectual siga siendo devorado rápidamente, por ese lobo sentimentalista y asistencial en que nos están enjaulando las políticas educativas, para luego “sacarnos los cueros al sol” con resultados como las Pruebas Pisa y la baja calidad de la educación.     

Y no es que los maestros dejemos de amar, no, eso no lo podemos hacer, entre otras razones, porque la pedagogía es un acto de amor- tal como lo definió André Vernot-, porque nuestra razón de ser es la de inspirar el pensamiento de los alumnos, y ese plectro interpela a la filosofía y la filosofía no es otra cosa que el amor a la sabiduría. En el acto de la enseñanza amamos conscientemente, dándonos cuenta, pero la impetración de amor que nos hacen los niños no la podemos suplir, dado que en el campo de la escolarización la relación educando-educador está mediada por el conocimiento, el poder, los valores y las emociones, donde el amor tiene cabida, pero no como el afecto maternal y paternal que exigen los niños que asisten a nuestras clases. El amor acá, evocando al biólogo Humberto Maturana (1998) “es el reconocimiento del otro como legitimo otro en la diferencia con uno”, no es el amor propio de la progenie.

Dicho de otro modo, la escuela no puede seguir haciéndose cargo de la socialización primaria, que le corresponde a la familia. Es una socialización en la que las prácticas de crianza, la aprehensión de las normas básicas de convivencia, la higiene, las pautas de alimentación, el control de las emociones, el cultivo de los valores y el cuidado del cuerpo, la vivencia de los derechos y deberes le competen a una organización que se precia de ser la “célula de la sociedad”, estructura que todavía existe y que se ha transformado más rápidamente que la escuela, al decir de Juan Carlos Tedesco (1995).

A la escuela, con el acaecimiento de la modernidad, la sociedad le otorgó la formación del ciudadano moderno y para ello estatuyó la alfabetización y la expansión de la educación. Se trata de la formación no de un trabajador, como improvisadamente se quiere incriminar, sino la formación de niños y adolescentes con capacidad de comunicarse mediante el dominio de la lengua materna y al menos de una lengua extranjera; la comprensión de los fundamentos de las ciencias, las artes y de las tecnologías; el pensamiento crítico; la capacidad de analizar los problemas, de distinguir hechos y consecuencias; la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas; la capacidad de trabajar en equipo; el gusto por el riesgo; el sentido de la responsabilidad y la disciplina personal; el sentido de la decisión y el compromiso; la iniciativa, la curiosidad; la creatividad; el espíritu de profesionalidad; el cultivo de la inteligencia emocional y de los valores; la búsqueda de la excelencia, el sentido de servicio a la comunidad y el civismo.

La puesta en escena de los componentes de esta formación, en términos de la teoría de los sistemas, se ve accidentada porque los subsistemas familia, sociedad y Estado no mantienen ni la dinámica, ni las interrelación, ni la corresponsabilidad que intima el subsistema escolar. Mientras que la familia deja de asumir su rol de socialización primaria, porque la sociedad la convoca al trabajo y al consumo, el Estado no es eficiente en hacer efectivas las obligaciones que tiene para con la infancia y la adolescencia, sobre todo en el medio escolar y ello viene menoscabando el encadenamiento que otrora, bien o que mal, funcionó.

No es comodidad para un maestro pararse en la puerta del colegio o del salón de clase a revisarle, a los estudiantes, el uniforme con el que se ha comprometido la familia a enviarlo de lunes a viernes; no es comodidad tenerle que exigir a un educando que no use piercing en las orejas, en la nariz y en la lengua, por salud y estética; no es cómodo para un maestro soportar el ingreso y egreso de estudiantes de su clase, so pretexto de ir al baño o por llegar tarde; no es cómodo para un maestro escuchar, todos los días, las groserías y vejámenes de una considerable cuantía de niños y adolescentes, que se comunican mediante esos códigos aprendidos en la casa y en la calle; no es cómodo para un maestro mantener en su aula escolares que no llevan los elementos mínimos para el desarrollo de la clase; no es cómodo para un maestro tener una cuarentena de alumnos y, dentro de ellos, algunos casos especiales y disruptivos, que exigen técnicas y conocimientos específicos que no son de su dominio, para brindarles un aprendizaje acorde con sus necesidades; no es cómodo para un maestro preparar un manjar para que los invitados no lo ingieran o si lo hacen, que no se acuerden de tan interesante evento; y no es comodidad para un maestro o directivo docente ver que el refrigerio se desperdiga y se malbarata, por gana de algunos educandos, más no porque les sobre comida en el hogar.           

Pero tampoco es cómodo sobrellevar el irrespeto de algunos padres de familia, que siendo citados para hablar de su hijo, en pro de la mejora académica y convivencial, no responden porque “no tengo tiempo para eso”, “tengo otras cosas más importantes que hacer”, “no me dan permiso en el trabajo”, “eso debe ser para regañarme”, en fin, un etcétera de pretextos que debilitan la actitud de ayuda por parte del centro educativo. Hay incomodidad frente a tanta invasión externa de proyectos, frente a quienes, sin ser pedagogos, quieren ponernos a desarrollarles sus tareas, profiriendo candorosamente bienestar para el colegio.

No es cómodo para un maestro dinamizar su práctica pedagógica en unos escenarios inapropiados para la enseñanza, escenarios que son inferiores a los Ambientes Pedagógicos Básicos y Ambientes  Pedagógicos Complementarios, estipulados por el ICONTEC en  la Norma Técnica Colombiana (NTC) 4595, ratificada por el citado instituto, editada en el año 2000 y reeditada en el 2006 por el MEN, dentro del escuadre de la Revolución Educativa. Y si los centros educativos no cuentan con  Ambientes Pedagógicos Básicos y Ambientes Pedagógicos Complementarios, aprobados por el Instituto Colombiano de Normas Técnicas y Certificación, entonces el discurso de la calidad es un discurso sin compromiso, pese a que es un componente del Derecho a la Educación, al lado de la permanencia, la Adaptabilidad, el Acceso y la Aceptabilidad.

Y qué decir del desestimulo salarial, prestacional y de la incomodidad del servicio de salud que el Estado le brinda a un gremio, que a todo momento está expuesto al contagio de enfermedades virales, al desgaste emocional y sicológico, a los accidentes, a las intemperies del medio y a la adquisición de enfermedades de distinta procedencia. Aquí la incomodidad se hace extensiva a la familia y se masifica en la colectividad.

La incomodidad de los ambientes de trabajo, causante del Síndrome de Agotamiento Profesional y de la despersonalización, no se distancia de la caracterización realizada por Alvin Tofler en El Shock del futuro: es la angustia tanto física como sicológica, nacida de la sobrecarga de los sistemas físicos de adaptación del organismo humano y de sus procesos de toma de decisiones. Es la reacción humana a unos estímulos excesivos máseres de incomodidad, como los que se acaban de declarar. Las señales del síndrome varían según la fase y la intensidad de la dolencia. La sintomatología cambia entre la angustia y la hostilidad a la autoridad y una violencia aparentemente insensata, hasta la enfermedad física, la depresión, la apatía y a veces la muerte.

Las víctimas, en este caso los maestros, sufrimos con frecuencia, erráticas desviaciones del interés, del deseo y del estilo de vida, seguidas de un esfuerzo por “encerrarse uno en su concha”. Mediante una retirada social, intelectual y emocional, el educador se siente continuamente incordiado o acosado, y se empeña desesperadamente en reducir el número de decisiones a tomar, en que no llegue el domingo por la tarde (síndrome del domingo por la tarde), en que se acabe pronto la jornada y en evitar la clase con determinados cursos. En el servicio der salud, como en Oran, la ciudad de la novela de Camus, lo más original no es la dificultad que puede uno  encontrar para morir, sino la incomodidad en que estamos enfermando y en que están muriendo algunos maestros, unos por enfermedad y otros por la violencia política y cotidiana.

Volviendo nuevamente a las fisuras del sistema educativo, como las tipologiza Fabio Jurado, hoy vemos, por ejemplo, que en las universidades se hacen reuniones de padres de familia, para advertirlos y prevenirlos de todos los males a que está expuesto el estudiante en el campus universitario y fuera del mismo. Las relaciones sexuales y el consumo de sustancias psicoactivas son temas recurrentes. En los colegios, se cita y se reúne a los padres para llamarles la atención respecto al no acatamiento de normas, por parte de sus hijos, conexo a la falta de cuidado del cuerpo, del incumplimiento de tareas, la baja calidad de la lectura y la escritura, el consumo de psicoactivos, los embarazos y un etcétera de problemas propios del contexto. Entre tanto, en la primaria, los maestros lamentan la falta de pautas de crianza en la casa, correspondiéndoles a los educadores de preescolar y primaria intentar llenar esos vacíos, es decir se ven obligado a amar sin darse cuenta. La formación de los niños en edad preescolar es una responsabilidad de los padres y no de los profesores”, apunta el científico Raúl Cuero (2012) 

Los maestros: ¿Estamos olvidado lo esencial y dedicándonos a lo accidental?

Con ese rol que viene desplegando el eslabón familiar, social y estatal, la dinámica escolar se viene escindiendo, porque las responsabilidades afines al primero se están trasladando hacia el preescolar y la primaria, y las de la de escuela primaria a la Básica y Media, y las de estas últimas a la universidad y de la universidad a las empresas, y las empresas impugnan al sistema escolar, siendo el agente más visible el maestro. En un artículo del El Universal de Caracas (1996), reseñando el estado de la lectura y la escritura en los EE UU, se lee: “Estamos graduando estudiantes que no saben leer sus propios diplomas, que no pueden escribir una frase coherente ni resolver problemas de matemática elemental” A su turno, los empresarios del país del Norte, no expresan quejas por las fallas de orientación tecnológica: “Nosotros podemos enseñarles administración, mercadeo, etc. Lo que nos incomoda es que tengamos que enseñarles a leer, a computar, a comunicar y a pensar”[2].

El lenguaje escrito, la las matemáticas, las TICs y enseñar a pensar son, indudablemente, aspectos de los cuales no puede prescindir un sistema escolar; pero lo accidental desplaza lo esencial. El rol de tío y tía que nos viene endosando la familia, la sociedad y el Estado, portando imágenes fuertemente vinculadas al ámbito de la consanguinidad y los afectos, que dicho sea de paso, satisface el ego de algunos maestros, bloqueando la posibilidad de percibir su signo contradictorio, su efecto boomerang sobre la identidad del educador, ese ficticio rol desdibuja el estatus profesional, permitiendo que nos denominen de todo, menos de pedagogos.  

El Síndrome del Cazador de Dragones[3] es una incomodidad mayor en que nos pone el sistema. Según el relato, un bachiller fue a donde un anciano sabio, que habitaba en una montaña, para que le indicara qué hacer en adelante. El joven se sometió a un riguroso plan de formación que demoró un decenio. Al cabo de ese lapso, el muchacho recibió un Ph.D como Cazador de Dragones. Culminado el proceso, el graduando se fue a importunar dragones, con el infortunio de que en 10 años de ejercicio no vio ningún dragón y menos pudo cazar alguno. Retornó donde el anciano, quien sin inmutarse le dijo: “si en 10 años no has podido cazar un dragón, haz como yo, dedícate a enseñar a los jóvenes cómo cazar dragones”

El Síndrome del Cazador contrasta con el texto extractado de La Peste y nos lleva a preguntarnos por la calidad de aquello que alcanzamos a enseñar, en el tiempo en que dejamos de ser tías y tíos. Los dos textos nos transportan a examinar el sentido de lo que estamos haciendo: ¿Los maestros estamos olvidando lo esencial y nos estamos dedicando al encuentro de lo accidental? ¿Los maestros estamos perdiendo el rastro de nuestra propia sombra? El fenómeno primordial de la educación colombiana, aduce Rodrigo Parra Sandoval (1992), que consiste en que se ha democratizado la expansión escolar, pero no se ha democratizado la calidad de la misma, es lo que podría denominarse el Síndrome del Cazador de Dragones: “dar más a mas personas algo que difícilmente puede utilizarse debido a su baja calidad”.

En las Pruebas PISA es ostensible ese síndrome. El Ministerio de Educación ha dispuesto una minuta para los estudiantes colombianos y unos cánones a los maestros para la ingesta de la misma: tiempo limitado, espacios determinados, contextos homogenizados y dosis prescritas. Pasados 5, 7, 9 u 11 años, los educandos presentan los exámenes obteniendo unos resultados insatisfactorios, precisamente porque los cuestionarios contienen preguntas sobre asuntos que los escolares no han visto o han aprendido, pero no saben usar. En ese sentido, los exámenes patentizan, no la incompetencia de los estudiantes sino el fracaso de un chef, llamado Ministerio de Educación, que ha preparado un menú que está indigestando a los estudiantes colombianos, que no lo quieren engullir y que consiste, retomando la metáfora del cazador de dragones, en “dar más a mas personas algo que difícilmente puede utilizarse debido a su baja calidad”.

Del síndrome del Cazador de Dragones podemos pasar a la película Historia sin fin, para invitar a los maestros a que no olvidemos lo esencial, a que nos dediquemos menos a lo accidental. Y, a los estudiantes y padres de familia, a se empeñen en por aprendizaje reflexivo del que habla la Escuela Inteligente (Perkins, 1997); en el fondo, a que no pierdan el rastro de su sombra, es decir el papel que tienen que jugar en y con la educación. 

Historia sin fin es un filme en el que hay un hombre bestia que persigue a un guerrero infantil que quiere salvar al reino de Fantasía, de una peste que lo está acabando, llamada “la nada”. La Fantasía no tiene límite y por ello Atreyu pregunta que por qué está muriendo. La respuesta de Gmork es “porque los humanos están perdiendo sus esperanzas y olvidando sus sueños”. Así es como la nada se vuelve más fuerte. Y, ¿qué es la nada? -interpela el indómito niño-. La nada no es más que el vacío que queda, la desolación que destruye este mundo, y mi encomienda -asienta Gmork- es ayudar a la nada, porque el humano sin esperanzas es fácil de controlar, y aquel que tenga el control, tendrá el poder”.

A Oran, la ciudad que nos pinta Camus, también le cayó una peste como al reino de  Fantasía. Pero hay  ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en cuando, la sospecha de que  existe otra cosa. En general, esto no hace cambiar sus vidas, pero al menos han tenido la sospecha y eso es su ganancia. No dejarnos invadir por “la nada”, por ese vacío que nos está abriendo el sistema y que está dejando el eslabón de la familia, del Estado y de la sociedad, el síndrome del Shock del futuro, el síndrome del cazador de dragones y el síndrome del domingo por la tarde, es ganar la esperanza, es recordar los sueños, es no perder el rastro de nuestra sombra y de nuestra historia. “Quien ha visto la esperanza no la olvida”- escribió Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad- La busca bajo todos los cielos y entre todos los hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo…En cada hombre late la posibilidad de ser o, más exactamente, de volver a ser, otro hombre; otro maestro, otra maestra, otro estudiante, otro padre de familia, otro gobernante, otro cazador de dragones, otra ciudad de Odan, otra Historia sin Fin.

Bibliografía
CUERO R., (2012) Cómo ser creativo para triunfar... Bogotá DC, Intermedio editores.
FREIRE, Paulo. (1999).  Cartas a quien pretende enseñar. México: Siglo XXI, México.
MATURANA, Humberto (1997) Bogotá, Tercer Mundo Editores.
PARRA SANDOVAL, Rodrigo. (1996) “La calidad de la educación. Universidad y Cultura Popular”. Bogotá, Fundación FES-Tercer Mundo Editores, páginas 265-266   
PAZ, Octavio (1970) El Laberinto de la soledad... México FCE.
PEÑALVER R. (1996) Educación: El desconcierto Global. El Universal. 10 de Mayo.
Citado en Educación y Pedagogía Nº 18, Universidad de Antioquia.
PERKINS, David (1997) La Escuela Inteligente, Barcelona, España, Gedisa editorial.
TEDESCO, Juan Carlos (1995) El Nuevo Pacto Educativo, Madrid, Anaya

José Israel González Blanco, colegio Nuevo Horizonte. Bogotá DC, 21 07  2014



[1]  FREIRE, Paulo. (1999).  Cartas a quien pretende enseñar. México: Siglo XXI.
[2] PEÑALVER R. Educación: El desconcierto Global. El Universal. 10 de Mayo de 1996. Citado en Educación y Pedagogía Nº 18, Universidad de Antioquia, 1997, pp 17-38.   
[3]  PARRA SANDOVAL, Rodrigo. “La calidad de la educación. Universidad y Cultura Popular”. Bogotá, Fundación FES-Tercer Mundo Editores, páginas 265-266    

jueves, 17 de julio de 2014

Enseñanzas del mundial para: estudiantes, padres de familia y maestros.


Su hijo, un jugador que necesita su Pekerman 

Ha terminado el mundial Brasil 2014 con muchas sorpresas: goleadores, perdedores, tarjetas amarillas, tarjetas rojas, lesionados, protestas, mordiscos, dolores, alegría y varias enseñanzas: trabajando en equipo podemos llegar lejos, cumpliendo las normas no hay amonestaciones, con un buen técnico el jugador rinde mucho, entrenando a diario el juego mejora sustancialmente, pero sobre todo Colombia aprendió que somos capaces y que para llegar a las semifinales, a la final y a ganar el mundial hay que hacer más esfuerzo del realizado hasta ahora. “El genio se compone de 2% de talento y del 98% de perseverancia y aplicación” decía Ludwing Van Beethoven. 

En los colegios de calendario A, ha terminado el primer semestre del año 2014 o, en la jerigonza del balón píe, el primer tiempo del partido. Al igual que en el mundial, hay perdedores, triunfadores, muchos con una tarjeta amarilla llamada Plan de Mejoramiento, todos los niños y niñas con cuantiosas capacidades, pero a la mayoría les falta un Pekerman. Serán bastantes los James Rodríguez que llorarán por los llamados de atención, que los padres Pekermans les harán por su bajo rendimiento académico, pero más porque pudiendo jugar bien en el estudio no lo han hecho, porque les faltó entrenamiento en la lectura, en la escritura y en las ciencias o, porque, teniendo la capacidad para ser finalistas, se descuidaron como los brasileros, no jugaron bien, les ganó la pereza, la desatención, la ausencia de esfuerzo y la carencia de disciplina positiva los ha goleado.

No faltarán los jugadores y espectadores que tildan al arbitro de parcial, al igual que no faltarán los niños que culpan a los profesores, también habrá quienes responsabilizan a los jugadores, porque en su boletín de calificaciones hay muchas tarjetas amarillas, varios goles o materias perdidas e incluso tarjetas rojas. Pero culpar al uno o al otro no sirve de nada, porque tanto los profesores como los demás educandos del curso saben que esos jugadores perdieron las materias, porque evaden clases, se salen del campo de juego, son groseros, no acatan normas, no traen las tareas, no han hecho el esfuerzo requerido en cada materia, es decir, no han cumplido con su deber, como si lo hicieron los jugadores de los equipos del mundial, para poder llegar a ostentar: la copa, el balón de oro, la bota de oro, balón de oro, el guante de oro, el premio al mejor jugador joven, el premio al juego limpio y el premio al equipo más entretenido.  

Pero señor padre de familia, acabamos de comenzar el segundo tiempo, todavía se puede ganar el partido; dicho de otro modo, el año escolar de su hijo no está perdido. ¿Qué debe hacer? Lo mismo que hizo Pekerman: llamar al jugador, hablar con Él, preguntarle cómo se siente física, emocional y mentalmente, nutrirlo mejor, hacerle sentir que es un excelente jugador, mostrarle que si se esfuerza más gana Colombia, gana la familia y sobre todo gana Él o Ella. Solo se requiere que usted, como padre de familia, lo acompañe como el técnico, no lo deje solo en los entrenamientos, dedíquele por lo menos dos horas diarias a estudiar, no es hacerle la tarea, es estar a su lado para que el estudiante las haga, observe lo que está haciendo, revise el uniforme del jugador, apóyelo para que no llegue tarde al campo de juego, porque se pierde de las instrucciones y sin ellas jugará incorrectamente.

¡De Usted depende, señor padre de familia, que nuestro jugador gane o pierda en el segundo tiempo que ya comenzó. En sus manos está el jugador y el balón. Sígale el ejemplo a Pekerman, para que en diciembre la alegría de la familia, por los logros alcanzados por el jugador, sea total y multitudinaria, tal como lo fue la llegada de la selección a Bogotá, el 6 de julio!

El colegio, como campo de juego, está dispuesto a seguirlos apoyando, tenemos puesta la camiseta y seguiremos sudándola como buenos jugadores, súdela usted también y ponga a su hijo a sudarla más. “Con el sudor de tu frente ganarás el pan”, reza una enseñanza bíblica.

Dese la oportunidad de descubrir al Yepes creativo, al Cuadrado estético en las jugadas, al James goleador, a la Catherine Ibargüen luchadora, al Nairo Quintana empoderado y a muchos, cuya lista no cabe en este artículo. Lo que tiene en sus hijos es  una profusa fibra, un silencioso talento y un miedo absurdo a la perseverancia, que en todo caso hay que desactivar, para que Colombia llegue a los mundiales de fútbol, de matemáticas, de ciencias, de tecnología, de paz, de…  bien posicionada y haga vibrar al mundo con los finos pasos de nuestra  danza, con el sabor  alegre y emprendedor de nuestra gente y con el verde -que como lo escribió Aurelio Arturo-  “es de todos los colores”   

José Israel González Blanco. Colegio Distrital Nuevo Horizonte. Bogotá DC.
Julio 16 de 2014