martes, 25 de noviembre de 2014

Orientación Escolar, conflicto y postconflicto en Colombia.

II Congreso Distrital de Orientación Escolar, Bogotá, 2014

El rol de la orientación escolar: entre el conflicto y el postconflicto.

"Los bosques serían demasiado silenciosos si sólo cantaran los pájaros que mejor lo hacen" Tagore 


En este fastuoso bosque llamado Colombia, donde “el verde es de todos los colores” como lo concibió Aurelio Arturo, y donde “todos nacemos sospechosos y morimos culpables”, sería inaceptable que el trino de la orientación escolar no escribiese en el pentagrama de la paz, con la clave de la pedagogía y con los signos musicales de la política, siquiera unos apuntes sobre el llamado proceso de Paz. Podemos hablar de todo en este Congreso, pero de la Paz, del conflicto y de la violencia es un deber cívico, un imperativo ético y un asunto moral hacerlo. En esta línea de ideas, mí tonada, en esta entrega, repiquetea acerca de el rol de la orientación escolar: entre el conflicto y el postconflicto, en tres asuntos: ser pedagog@s, ser conflictólog@s y vonviviólog@s y ser lenguajeantes de la lectura y la escritura. 

1. Ser pedagogas y pedagogos.

Nuestro proceder, como ahora lo saben los neuro-científicos y los psicólogos, es mucho más intuitivo que racional, más irreflexivo que consciente” escribe Gustavo Estrada en una columna reciente en El Tiempo. “Sin tanta carreta”, “vamos al grano”, “seamos prácticos”, “se habla muy bonito”; “una cosa es el discurso y otra es la práctica”, son expresiones que, en el día a día de la cotidianidad escolar, escuchamos y que a veces se vuelven causa común, señalando que la reflexión no está en la raíz de los arbustos sino en las hojas. Y si en el campo educativo la reflexión sufre el desplazamiento entonces: ¿Qué decir de la Pedagogía? ¿Queda desolada como los campos de Colombia, porque su habitante, la reflexión sobre la educación, se ha desterrado o está en riesgo de morir?

Pero más infausto es ver que el discurso pedagógico se viene sustituyendo por la invocación de unos términos y la realización de unas acciones que cualquier persona, sin necesidad de tener formación universitaria, lo puede hacer:  “subir las alertas al sistema”, “realizar el protocolo” “seguir al ruta” “entregar el refrigerio” “cuidar los niños mientras viene el profesor”, “diligenciar formatos”, “reemplazar a la rectora o al coordinador en cualquier reunión”, “poner la denuncia por x o n situación”, tan solo por citar unos ejemplos. ¿Esas actividades qué tienen de discurso y de cultura pedagógica?   

La naturaleza de la orientación escolar está en la pedagogía, provenga el orientador o la orientadora de la formación disciplinar de donde proviniere, porque su campo de acción es la educación y es ese campo existe un saber educar, una manera intuitiva, no reflexiva de educar, un saber implícito, no tematizado  que hace parte del acervo cultural de la humanidad, y que puede llamarse saber educar- en palabras de Ricardo Lucio (1994: 42); pero en la medida en que ese saber es objeto de reflexión, se tematiza y se hace explícito, aparece la pedagogía. Hay pedagogía cuando se reflexiona sobre la educación, cuando el saber educar implícito se convierte en un saber sobre la educación, en discurso pedagógico. La pedagogía, no excede recordarlo, es un saber teórico-práctico explícito sobre la educación y está condicionada por la visión  amplia o estrecha que se tenga sobre educación y, a su vez, por la visión que se asuma del ser humano como ser que crece en una sociedad” 

Por lo anterior, colegas migrantes de la pedagogía y nativos de la orientación escolar, retomemos el camino de nuestro quehacer, reflexionemos: “Uno no aprende de la experiencia, uno aprende de la reflexión sobre la experiencia”, apuntaba Dewey (1963). “La responsabilidad de los orientadores latinoamericanos- parafraseando a Adriana Puiggrós (1996, 11) -no es cumplir mecánicamente con un mandato, sino descubrir cuál es el problema educacional de nuestras sociedades, de nuestra época y construir pedagogías nuevas. Se nos requiere para que descubramos los vectores de fuerza que desde la historia de más atrás y desde la historia reciente interpelan hoy, en un registro pedagógico”. Se requiere de nosotros para que demos paso a la propia historia, para que ocupemos el lugar que nos corresponde en la vida política del país.

Ser conflictólog@s y vonviviólog@s
El ejercicio de la orientación se mueve en esas dos tensiones dentro del bosque macondiano: los conflictos y la convivencia. Los primeros son la clorofila que le aporta el verde a la convivencia. La orientación es el sol que coadyuva con el atempere de la misma. La fuerza que lo airea es la pedagogía. Desde la conflictología no se fragmenta la realidad, no escindimos el conflicto, no lo reducimos a un fenómeno de una sola variable, por lo tanto no puede ser abordado desde la mirada de una sola disciplina o profesión. El conflicto y la disensión interna de una sociedad, sostiene Apple, “se consideran inherentemente antitéticos al buen funcionamiento de un orden social”. La noción tradicional, tecnocrática y conservadora del mismo lo califica como “algo negativo, no deseable, sinónimo de violencia, disfunción o patología y, en consecuencia, como una situación que debe corregirse, y sobre todo evitar”
No obstante estas precisiones, en Colombia, a raíz de las negociaciones de Paz en la Habana, se viene insinuando un arquetipo de conflicto, que es el de la insurgencia armada, como conflicto general de la nación, incluso aduciendo que  si se acaba con la confrontación armada, el país será prospero y el progreso, la innovación y la armonía no se harán esperar. Ese amague de lluvia en el bosque es engañoso. "Que se llegue a un acuerdo entre las FARC y el gobierno, y eventualmente entre el ELN y el gobierno, -escribe el profesor Renán Vega (2014) -no quiere decir que el conflicto va a desaparecer"; precisamente, porque nuestro conflicto no es altamente armado sino político y social y porque data de siglos atrás.

Las luchas de los indígenas, los campesinos, los estudiantes, los trabajadores y las comunidades afrodescendientes no comenzaron con las Farc, ni van a terminar con la firma de un acuerdo de Paz en Cuba, como ya ha sucedido con amnistías y acuerdos de paz comenzando con Gonzalo Suárez Rendón y el cacique Ocavita. Los afrodescendientes de Colombia vienen peleando desde el año 1501, cuando fueron traídos los primeros esclavos al continente americano, se generaron las primeras pujas, se crearon los primeros palenques, antes que existieran los Estados modernos. En esto debemos tener claridad los educadores y los orientadores, para prevenir actos como el de votar por un candidato a la presidencia de la república, guerrerista, enemigo acérrimo de los educadores, quien acabó con las transferencias, nos aumentó el tiempo de trabajo, desmejoró los bajos salarios, fusionó las instituciones y nos puso en un conflicto laboral interno en el que nos empobrecemos peleando unos contra otros, como le ocurrió a los campesinos liberales contra los campesinos conservadores, a mediados del siglo XX, con  la violencia partidista.   

Ahora bien, el torrente de conflictos que abordamos en la escuela mana del terreno de la cotidianidad, muy escasas situaciones provienen directamente del conflicto armado. En el documento: Política Nacional del Campo de la Salud Menta (Ministerio de Protección Social, 2009) se lee que Colombia tiene uno de los más altos índices de violencia entre los países de América. Se calcula que el 85% se debe a conflictos cotidianos y el 15% a causas políticas. El homicidio ocupa el primer lugar entre las causas de mortalidad, expresa el DANE. Con arreglo a los datos de la Misión de Observación Electoral (MOE), en promedio cada dos días se produce un hecho de violencia política en Colombia, mientras que cada 2 días hay 264 mujeres agredidas por su pareja o expareja, de acuerdo con la revista Semana (2013, noviembre 25), cada 2 días 100 mujeres fueron víctimas de violencia sexual en el país, cada 3 días una mujer fue asesinada por su pareja o expareja.

Las mujeres representan el 46,7 % de las víctimas de homicidio en el país. En Colombia, sobre la base de los estudios de Profamilia, 2 de cada cinco mujeres sufre violencia física por parte de su pareja, es decir, el 40%. En el 2013, cada 13 minutos una mujer fue víctima de violencia de pareja.  No hace mucho la prensa nacional registraba que diariamente 41 parejas colombianas estaban acudiendo a juzgados para divorciarse. ¿Y los conflictos que generan la pobreza, la indigencia, el hambre, el desempleo y la precariedad en la atención en los servicios de salud dónde los ubicamos? ¿Acaso todo esto no afecta la vida escolar?

Pero si sobre los arbustos mayores llueve, en la infancia y en la adolescencia no descampa. Más de un millón de niños y jóvenes, entre los 5 y 16 años, sin escolarización- según el profesor Pérez Martínez; y, por los datos revelados por el Departamento para la Prosperidad Social son 304 mil (El Espectador, 21 11 2014)  En el 2013, datos tomados de la Secretaría Distrital de Salud, por El siglo, registran, que “casi el 60% de los casos de violencia sexual que ocurren en la ciudad” se hallan entre los 0 y 18 años. El 80% del total de la violencia sexual ocurre contra niñas, niños y adolescentes. Siendo los principales agresores, 78%, parientes y personas conocidas, siendo el lugar preferido la casa de la propia víctima, en la vía pública se presentan el 5 % y el sitio de estudio el 5%. En 2011 se atendieron en Bogotá en la secretaría de integración 83.000 demandas de violencia intrafamiliar. Faltaría un alto estimativo de quienes no acuden.

Nos queda por referir tangencialmente dos fenómenos conflictivos en la familia, en el colegio y en la sociedad: el matoneo en los centros escolares y el suicidio.  Sobre el primero se puede volver al estudio  hecho por la Universidad de los Andes y el MEN, en el que se lee que, en el 2011, el 11.3% de los alumnos encuestados fueron golpeados por un compañero y el 10% le pegó a alguno de ellos, tan solo por citar un dato. En lo atinente al segundo, las cifras expresan que el grupo de edad más afectado es el de 20 a 29 años, con un 27,5% del total. El 13% correspondió a personas de edades entre 60 y 79 años y el 10% lo ocuparon los  menores de 5 a 17 años, algunos de ellos alumnos nuestros.  

Con este paisaje, un tanto desolador, se puede hipotetizar que el conflicto social, político y armado que está saliendo al pináculo del bosque, es apenas uno de los colores del verde colombiano, no es el verde único, las gradaciones que apenas se trenzan, en esta reflexión, son mayores y exigen más atención, porque tocan las raíces de los árboles del  bosque.  El magisterio y, dentro de él, la orientación escolar, no es ajeno al tornasol del bosque. El gremio avizora arreboles, producto del Síndrome de Agotamiento Profesional, de la despersonalización y de la salud mental. El 35% de los educadores, siendo generosos con las cifras, presenta complicaciones en su salud mental y afectaciones del soma, por efecto de los fuertes vientos de violencia que sacuden a la institución escolar.

La Salud mental entonces, es un asunto afín al ejercicio de la orientación escolar, pues que el Ministerio de Educación Nacional, mediante la Resolución 1084 del 26 de febrero  de 1974, crea el “Servicio de Orientación y Asesoría Escolar”, -hoy abogado como Derecho -para los establecimientos educativos oficiales del país, por considerar que “era el medio más indicado, para llevar a cabo la tarea de prevención primaria de las enfermedades mentales, trastornos emocionales y perturbaciones psicosomáticas” que, en ese momento, alcanzaban altos índices, no tan elevados como en la actualidad que por cada persona enferma mental hay una sana. Y, con la Expedición de la Resolución 2340 del 5 de abril   de 1974, el MEN define las funciones y establece: Para ejercer una mejor prestación del servicio de orientación y asesoría escolar, los establecimientos educativos oficiales contarán con un  asesor por cada 250 estudiantes.

Ser lenguajeantes de la lectura y la escritura. 

Este es otro componente del rol de la orientación escolar que ayuda a reverdecer su acción. La enseñanza de la lectura y de la escritura en los niños de los colegios de Bogotá, ha sido una práctica que le ha dado colorido al ejercicio de la orientación escolar. Con base en los aportes de Emilia Ferreiro, Ana Teberosky, Frank Smith, Cassany, Goodman, Piaget y Vygotsky, tan solo por nombrar algunas referencias, colegas nuestros han dinamizado experiencias de aprendizaje notables, que le vienen haciendo ostensible la identidad a la orientación escolar, desde el componente pedagógico de la escuela constructivista. 

Hoy, esa práctica debe retomarse, no exclusivamente para contribuir con la resolución de un problema de aprendizaje de los escolares, sino para que la orientación haga lo suyo con el lenguaje de la lectura, la escritura y la imagen, es decir, para que lea, escriba y publique. Manuel Mejía Vallejo, en 1985, al recibir su doctorado honoris causa -otorgado por la Universidad Nacional de Colombia, decía que en nosotros los latinoamericanos, escribir es un deber cívico y político; así sea por “instinto de conservación”

Discurrir en rol de la orientación escolar, en el campo de la pedagogía, de la conflcitología y de la conviviologia, conlleva al oficio de la escritura. Conduce a tematizar y a expliciten las reflexiones sobre los episodios de la conflictividad y de la convivencia escolar y familiar. Saquemos de los muros de las aulas y de los cercos de los colegios el discurso pedagógico sobre la convivencia, para mostrarle a Colombia que el lenguaje escrito es el sismógrafo del alma de los orientadores, parafraseando a Franz Kafka y para ensanchar una cultura pedagógica sobre la convivencia, la comprensión y el manejo del conflicto, imbricada desde el saber y desde la práctica de nosotros como intelectuales y no desde contextos y agentes foráneos, como viene ocurriendo desde hace varios decenios, incluso poniendo la orientación escolar a su servicio. ¡A relatar, documentar y publicar la reflexión, colegas!, a escribir, porque escribir es moralizar, según Martí.

Escribir es una operación musical, argüía Cortázar; pues al escribir pasamos de la intuición al signo, omitiendo el habla; en fin, escribir es un absoluto acto de rebelión, porque provoca, reta y por eso el lugar de quien escribe es confuso e incómodo, incluso para quienes dicen haber asumido la peliaguda tarea de enseñar a escribir, pero vale la pena acceder a ese inusual acto como el acto de volar. Colegas, escribamos para seguir viviendo como nos lo enseñó, a través de sus versos, Enrique Lihn: “Pero escribí y me muero por mi cuenta, porque escribí, porque escribí estoy vivo”.  

Colegas y amigos, el rol de ser pedagog@s, ser conflictólog@s y vonviviólog@s y ser lenguajeantes de la lectura y la escritura, exige de nosotros compromiso ético, exige estudio e investigación, exige asumir, en la praxis innovadora, la defensa de nuestro quehacer; exige escribir para publicar. La reflexión documentada y rigurosa debe ser el verde que le otorgue el matiz a la acción educativa; el manejo del conflicto y dentro del mismo, el duelo, debe ser una constante toda vez que los subterfugios, los intersticios y las heridas que están regadas en el estepa de la infancia son bastantes y exigentes; no en vano la consulta siquiátrica en los últimos años ascendió de 100 a 400% en niños y adolescentes en Colombia.
      
Sin duda, que la atención a los desordenes mentales y emocionales, se acrecentará; la asesoría sicológica para tratar episodios depresivos, abusos del apego y de ciertas sustancias psicoactivas continuará; el impacto de los impulsos suicidas, problemas generados por la tensión, el estrés, la ansiedad, baja autoestima, permanecerá; las digresiones relacionadas con el envejecimiento, las decisiones trascendentales a nivel educativo, las preocupaciones provocadas por el exceso de trabajo, problemas maritales, episodios relativos a la salud mental y emocional de la familia, las ofensas sexuales, los problemas de pareja, pasando por alcohol, abuso de drogas, el crimen y la locura, siempre harán parte de nuestra agenda, entendiendo con Zuleta: que el crimen no es más que falta de patria para la acción, que la perversidad no es mas que falta de patria para el deseo, y la locura no es mas que falta de patria para la imaginación.

Pese a todo lo dicho, a la pobreza, a la violencia y a la rampante corrupción, no olvidemos lo que  aduce Llinás: “el 90 por ciento de la gente colombiana es amorosa”. Y evocando a nuestro extinto nobel, digamos que: “Todavía nos queda un país de fondo por descubrir en medio del desastre, una Colombia secreta que ya no cabe en los moldes que nos habíamos forjado con nuestros desatinos históricos”

José Israel González Blanco
Trabajador social. U. Nacional de Colombia
Orientador Colegio Distrital Nuevo Horizonte
Bogotá DC. Octubre 29 de 2014

Algunas referencias bibliográficas

DEWEY, J. (1963) Democracia y Educación. Una introducción a la filosofía de la educación. Buenos Aires: Losada S.A.
LUCIO A., Ricardo (1994) “La construcción del saber y del saber hacer”. En: Aportes 41. Dimensión Educativa, Santafé de Bogotá DC.
MINISTERIO DE PROTECCIÓN SOCIAL (2007).  Política Nacional del Campo de la Salud Mental. Bogotá DC.
PUIGGRÓS, Adriana (1996). "Refundamentación político pedagógica de la educación popular en la transición al siglo XXI". En: Revista La Piragua. No.12-13. Santiago de Chile. CEAAL. 

Nota. Este es el texto de la ponencia enviada al II Congreso Distrital de Orientación Escolar, 2014. Aún desconozco las razones por las cuales no fue aceptada, pero quiero compartirla a través del blog.


lunes, 17 de noviembre de 2014

De la vida en las escuelas...


Antares: Una estrella que no tuvo infancia.

“La verdadera patria del hombre es la infancia”. R. M.Rilke

Este es un acontecimiento pedagógico, parafraseando la Guía 49 (MEN, 2014, 41), que sobreviene en un liceo en el que no se prohíbe terminante la entrada a los alumnos al sitio de material didáctico –como en el relato de Yolanda Reyes- porque no existe el lugar. Tampoco Porki, el profesor de inglés, labora en ese establecimiento, ni contesta lista Hernández Sergio, “El terror de sexto B”. La galaxia de Séptimo B tiene otras historias, otros agentes y otras problemáticas, una de ellas el periplo de Antares. Si por casualidad encuentra a un mortal, con ese nombre y esas características, en algún colegio de Macondo, es pura coincidencia.

El firmamento de la Estrella

La infanta fue criada literalmente en las calles de una ciudad confusa por el aleteo de las palomas, en vigilia por los susurros de las hojas, engalanada por los colores de sus jardines- como en la Peste de Camus- pero putrefacta por los olores nauseabundos de las alcantarillas. Su predecesora, es una mujer que refleja en su rostro el sufrimiento de muchas madres del País de las Maravillas. Es una ascendiente que sabe qué es ganarse la vida honradamente recogiendo residuos sólidos, tirados en las aceras, envueltos en tersas bolsas de plástico, como en la Leonia de Ítalo Calvino, esquivándose y soslayando a su linaje de  los hampones, de los carros, de los gozques y los roedores; resguardándose de las bajas temperaturas que entumecen a las altas horas de la noche y en las primeras horas del Alba. Es una aleccionada dama que le puede enseñar a cualquier educador formal y a cualquier universitario, cuáles son las pautas de crianza de niños que nacen, crecen, comen y habitan temporalmente en la calle de la también ciudad del “vídeoclip”, evocando a García Canclini.

Una madre desplazada por el conflicto armado de un municipio caldense, en el decenio del 80. Una estoica señora que conoce qué es la violencia rural, la violencia urbana, la violencia familiar, la violencia simbólica y el matoneo escolar, porque su pimpollo lo ha padecido, sorteando la posibilidad de consumar el suicidio. Es una madre perspicaz que echa de ver cómo mangonean las entidades que, en la letra, mantienen corresponsabilidad con los establecimientos escolares. “La tengo clara”, aduce cuando de hablar del ICBF, de la Policía, de la Comisaría de Familia, del hospital, de la Personería, de Juzgados, de los sindicatos y hasta del papel de las organizaciones defensoras de los derechos Humanos, se trata.

Pero también es un impertérrito cónyuge que ha sabido sobrellevar su existencia dentro y fuera de un presidio. Es una aguerrida mujer, que con su lenguaje gestual y con el verbo manifiesta lo que siente, primordialmente lo que le hastía. No escribe bien, pero lee el mundo, porque –como lo escribió Freire- “la lectura del mundo precede la lectura de la palabra”. En fin, es una pariente que supo consentir a su hija en la interrupción de un embarazo en el que el blastocito se desarrolló en tejidos distintos de la pared uterina. Es una colombiana que no es aunque sea y que no figura en la historia de los vencedores, como lo incorpora Eduardo Galeano en Los nadies.  

Es una denodada dama que no renuncia al sueño de ver a sus hijos estudiando en la Universidad Nacional, que no dimite al ejercicio de su sexualidad y de la recomposición familiar, que cuida su cuerpo y el de su alcurnia, que se gana la vida –en términos bíblicos- “con el sudor de la frente”. Es una mujer, cabeza de familia, que la quieren poco los vecinos porque: “es muy buscapleitos” o, dicho de otro modo, porque reclama sus derechos y los incita a reclamar los suyos y los de su comunidad, en fin, es una sentipensante colombiana - evocando a Fals Borda -que no requiere ser budista para comprender que el dolor es inevitable mientras que el sufrimiento es opcional. Esa es la madre de Antares: Una estrella que no tuvo infancia en la constelación conocida como 7B, siguiendo con secuencia de la escritora mencionada.  

Antares en la constelación Séptimo B

La estrella emerge, -como lo expone Piedad Bonnet (2014) en: A criar se aprende- “en dolorosas condiciones de pobreza e insalubridad en que viven muchos niños colombianos a los que la inequidad les escamotea los derechos que deberían tener para crecer dignamente”. Sobrevive ingiriendo alimentos procesados, llenos de aditivos y azúcares, que no les crean hábitos de higiene. Sobrevive horas sentada, con sus hermanitos, frente a las escenas de violencia callejera, sin acercamiento a la lectura de cuentos ni al estimulo con juegos creativos.

A diferencia del 83% de los niños que- según el flamante estudio, adelantado por el Programa “Inicio parejo de la vida” y apoyado por Colciencias y entidades como la Fundación Corona, la Fundación Santafé y la Universidad de la Sabana, realizado en 17 municipios de Cundinamarca y Boyacá- no permaneció encerrada en su casa, porque literalmente no la ha tenido, su refugio era la calle, medio que le posibilitaba a su madre reciclar. 

Antares crece en un contexto hostil a la infancia, aunque, por denuncias de su lejano progenitor, recibe una medida de protección que la asume su padre biológico, por unos años, mientras su mamá litigia la medida, de la niña y de los otros 2 consanguíneos, una vez abandona el cepo, por un delito cometido contra la integridad física de un pariente, en primer grado de afinidad. Luego de incontables calamidades ingresa al preescolar de una escuela pública de la Leonia, susurrada por las hojas, confusa por el aleteo de las palomas y colmada de filósofos sin pañales, parafraseando a Alison Gopnik (2010).

La escolarización transcurre sin mayores acontecimientos pedagógicos destacados, salvo la actitud juiciosa, solidaria y emprendedora de una esplendente estrella, que pese a vivenciar conflictos, que la ley de matoneo tipifica como “situación I” o de la disciplina tradicional, sale adelante. A los 13 años tiene su primera relación de noviazgo con un solecito, desplazado de la primigenia constelación hacia el seno de su abuela paterna y luego hacia la vaivén del papá, un joven que llega a la metrópoli en busca de mejores condiciones de vida, encontrándose con una vinculación laboral precaria y con la reconfiguración de un nuevo grupo familiar, que comparte con una consorte y siete descendientes, de varios maridos, pero con la esperanza de que los hijastros suplan la socialización primaria del pretendiente de Antares, un chico que apenas se acercaba a los 14 años y del cual hoy no se tiene noticia de su existencia.

La estrella combina el liceo, el “amigo con derechos” y los menesteres hogareños. Su madre, esa mujer nada amiga de la procastinación, coadyuva con el estudio de la adolescente y no es proclive a la relación amorosa de su retoño, con ese lucero fugaz de una galaxia familiar polimórfica. Los dos culminan sus años escolares, la fémina con laureles y el chico con espinas, no obstante los dos emprenden el bachillerato.

El eclipse de la estrella y el lucero.

Emprendido el bachillerato en el año2013, continuando con el Ciclo 3, como le llaman en esa metrópoli, florece un acontecimiento esponsalicio inesperado: la gravidez de una de las siete mil niñas embarazadas (El Espectador, mayo 28 de 2013), con edad no superior a los tres lustros, en Macondo. 
  
Todo va bien hasta el momento en que Antares exterioriza, a través de una señal hemorrágica, la existencia del embarazo. No es cualquier germinación, es una fecundidad ectópica. La potencial abuela acude a los galenos para que la intervengan, coligiendo que se trata de la interrupción del embarazo, generado por las características del mismo. “Sin más remedio”, como lo relató la malograda abuela, los galenos procedieron con los protocolos de rigor, poniendo a salvo a la joven materna, pero quedando en la memoria un duelo, per se, por la pérdida emocional.
 
No obstante la protección requerida por una paciente de tal magnitud , vuelve al liceo la semana siguiente, como si lo ocurrido no fuese un asunto altamente delicado, como si llanamente nada hubiese pasado, tal como lo hacen millares de campesinas, indígenas y mujeres trabajadoras del legendario País de la canela . La incapacidad establecida por la Ley no contó ni para la familia ni para el liceo. Eso no constituye un patrón significativo en la cultura escolar todavía. Empero, la madre de la estrella pone en aviso a uno de los profesores que le da clase, precisamente para que en su sabiduría pedagógica, más que disciplinar, coadyuvara con la recuperación emocional de su alumna.

Las pretensiones de la abuela en cuestión se empiezan a ver malogradas, porque el docente, a cambio de activar la Ruta de Atención Integral al Escolar, se detiene en la realización de juicios a priori con algunos colegas, conduciendo todo ello a la ofensividad de la adolescente y por esa vía a la depresión y a adoptar una conducta suicida, como fue verificarlo, a posteriori, por profesionales de la salud mental. A buenahora, no fue un menor más, de esos que cada dos días se suicida en Angosta.

La estrella que se quiso apagar…

En esta vorágine de impulsos anatómicos, fluidos de la crisis emocional y de la interacción de los neurotransmisores, Antares presenta demandas a la familia y al colegio. Su lenguaje corporal exige, a sus profesores y a las directivas del liceo, una lectura, intrínseca, extrínseca y contextual del malestar que la está afectando, pero de eso, -según la sicóloga- “ni una remisión de los profesores”, a sabiendas de que el liceo ya debía contar con la Ruta de Atención Integral al Escolar, porque la Ley que la contiene ya ha sido promulgada y está en vigencia. Probablemente, que la siempre exteriorización de la alegría, la disposición al estudio, la camaradería con sus compañeros, el acercamiento al director del curso y su imborrable sonrisa, afirmaban el analfabetismo de los educadores frente a la gramática de los trastornos mentales. “La enfermedad pone un velo sobre la cara del paciente que nos dificulta descifrarlo” escribe Piedad Bonnett (2013, 51)

No obstante los avatares y el sorteamiento silencioso de una pérdida emocional, la adolescente desencadena su crisis: “El jueves 10 de junio del año en curso, hacia las 2:48 de la tarde, la progenitora de Antares se acercó al quinto piso del plantel, con sus pupilas empañadas, nerviosa y con unas hojas de esquela en la mano, para manifestar que su hija quería terminar con su existencia…se iba a suicidar. Ante la cara despavorida de la sicóloga, Resura pone la misiva sobre la endeble baranda del corredor, para que la descodificara la joven profesional. La orientadora, nada bisoña ni ajena en el manejo de los asuntos de la muerte y de las pérdidas emocionales, lee el mensaje y fija la mirada en el apesadumbrado rostro de Resura, palpa sus labios y huye al Laberinto de la Soledad, para ratificar que la palabra muerte, ciertamente “jamás se pronuncia porque quema los labios” y los corazones.

“La nuestra es una cultura negadora de la muerte…jugamos a ser inmortales” escribe Isa Fonnegra (1999, 22), pionera de la tanatología en Colombia. Pareciera una verdad de Perogrullo, pues 2 de cada tres colombianos prefieren no hablar de la muerte, aunque el 99% haya tenido alguna conexión con el dolor por ese motivo. Y, quienes asumen la conducta suicida, sobre todo quienes quieren que su suicidio sea “exitoso”, lo mantienen en silencio. Antares escapó al suicidio pero no a esa conducta silenciosa, porque quería tener “éxito” en su pretensión dentro del liceo. De ahí, que mientras esto trascurría, la estrella se encontraba en el único patio de recreo, para un millar de estudiantes, tutelando el ensayo de un baile a sus compañeros del grado, quizá la última pantomima, sin dar pistas en lo tocante a su lúgubre intención, al problema filosófico realmente serio- como lo calificase Albert Camus, en El Mito de Sísifo: el suicidio.

Aunque la Ley 1620, el Decreto 1965 y la Guía 49 no contienen especificidades acerca de la ruta de atención a un episodio como el de Antares, sobre todo para la atención in situ y para la prevención, la sicóloga, sin hacer comentarios y sin exteriorizar en su rostro el miedo y la angustia que ello causa en un ser humano, apela a las alertas existentes: llama a la línea 123 desde el celular, para evitar que se cortara la comunicación, porque generalmente las líneas telefónicas de los planteles educativos tienen temporizador y, en una llamada de esta envergadura suele haber una demora inaudita. El agente receptor recolecta la información y activa las alarmas en las entidades de salud, de donde se direcciona llevar a la chica al hospital más cercano y pedirle cita de urgencia con siquiatría. 

Hacia las 3:10 de la tarde, los porteros escuchan el insistente golpeo a las puertas de la entrada principal del liceo. Los escolares gozan de su recreo en el estrecho patio, cuando avistan a la policía: ¿Uyy qué pasaría? exclamaron los niños que estaban contiguo a la puerta. “Venimos a recoger a una niña que se quiere suicidar” acota un agente de la patrulla policial. “Nosotros no sabemos nada de eso” replica el portero. ¿Quién dijo eso? ¡Aquí no hay nada! ¿Será en otra parte?…La sicóloga se percata lo ocurrido y sale con el gendarme hacia la calle, le manifiesta que eso no se hace así, que ese un problema delicado, no de orden público, que no hay escándalo para fustigar y por lo tanto se debe tener mesura y guardar las esposas…”Nosotros no sabemos nada de eso, venimos a llevar a la niña antes de que se suicide o sino nos la cobran es a nosotros”…“Si usted nos impide el procedimiento le toca asumir las consecuencias de lo que pase…”

En el intermedio de estas disímiles interacciones, por los roles de las entidades que tienen corresponsabilidad- según la Ley de Infancia y Adolescencia-, Resura interviene en las deliberaciones para colocar su punto de vista: “Yo no voy a dejar que mi hija se la lleven en una patrulla de la policía…porque ustedes son unos…así que ábranse del parche”… enseguida entra al liceo a continuar abrazando a la fulgurante estrella que quiere apagarse. Madre y orientadora acuerdan llevar a Antares por su cuenta a la policlínica más cercana, notifican a los gendarmes de la decisión y de la necesidad de pedir una ambulancia. El vehículo, como casi siempre suele pasar, no llega, porque culturalmente asisten es a personas lesionadas en accidentes, los trastornos mentales no tienen cabida en esa conmensurable lógica. La menor arriba a urgencias en el carro de una profesora, acompañada por su madre. Allí, luego de varias horas fue valorada, le asignaron su custodia en el pabellón de Salud Mental, lugar inhóspito para los menores ya que comparten con los adultos, espacios y actividades propias del manicomio, corriendo muchos riesgos, observando prácticas inhumanas que se hacen a nombre del restablecimiento de la razón y de la rehabilitación

Una astronauta restableciendo la rutilante estrella

Resura, una ciudadana activa, que tiene claro cómo contribuir con el mejoramiento de la convivencia escolar, a quien no quieren los vecinos “por buscapleitos” y por “pendenciera”, ha puesto en conocimiento de la entidad nominadora el episodio de la estrella, con el profesor a quien le confió “el secreto” de la interrupción del embarazo, cuando le justificaba la inasistencia a sus clases. Como el “secreto” no se mantuvo, sino que llovieron los juicios a priori, el escarnio público de la nobel materna y por esa vía la depresión y la adopción de la conducta suicida, la señora ofició cartas a distintas entidades afines al control estatal, para que se investigara al educador y se trasladara, porque, en términos skinerarianos era un estímulo negativo para el aprendizaje de la alumna y para la convalecencia; además creyendo que los derechos de los niños son prevalentes y superiores, como lo reza la Constitución Nacional.

No sobra un paréntesis, en este acápite, para recordar, que los “secretos” que saben los profesores sobre los estudiantes tienen su procedimiento legal y su tratamiento ético y moral, por parte de los mismos. El posparto de una escolar, que apenas se acerca a los 15 años, no es un secreto, al igual que el estado de preñez, la conducta suicida, la sustracción de bienes ajenos, el consumo o la distribución de sustancias psicoactivas, el porte de armas, los victimarios de acoso escolar, tan solo por nombrar algunos casos. La normatividad reciente, sobre la violencia escolar, es clara en exigirle a los centros escolares la explicitación de los protocolos y la Ruta de Atención Integral Escolar, para lo cual se debe recolectar la información del hecho, con la participación activa de las partes inmersas en el problema, la contextualización del mismo, la clasificación si es una situación tipo I, II o III, la remisión y puesta en conocimiento de quien corresponde.

El procedimiento, lamentablemente, no lo aplicó ni el rector ni el profesor en el caso de la estrella de la constelación, entre otros motivos, porque se adolece de una cultura escolar en la que el educador, cualquiera sea su campo disciplinar, debe actuar como formador mas que instructor o surtidor de conocimientos o como administrador de currículo. Los contenidos del área y del cargo no son un fin per se, son un medio para la formación integral del alumno, porque el educador es “un orientador…del proceso de formación, enseñanza y aprendizaje de los educandos, acorde con las expectativas sociales, culturales, éticas y morales de la familia y la sociedad”, coherente con la Ley General de la Educación y con la “Ley de Matoneo” que ratifica el rol del docente “de orientador y mediador en situaciones que atentan contra la convivencia escolar y el ejercicio de los derechos…”.        

Del liceo al asilo

“En los momentos de crisis, solo la imaginación es más importante que el conocimiento”, adujo Einstein. Sin duda que Antares, su familia y el liceo experimentan una crisis, es decir, una oportunidad para crear y para aprender; sin embargo, la canalización de esa crisis, acudiendo a una institución como el asilo, no fue la mejor, porque la imaginación se mutila. Y ¿cómo no se va a cercenar la imaginación, si el cerebro se ve perturbado en la producción de endorfinas, oxitoxina, serotonina, cortizol y otras hormonas, por efecto de la ingesta obligada de medicamentos siquiátricos?

¿Cómo no se va a afectar la imaginación de un ser humano en un lugar tan inhóspito, frío y soporífero y letárgico como lo es un hospital siquiátrico, espacio donde los gritos, los olores a enfermedad, el sufrimiento, la inconsciencia y el malestar engalanan el ambiente cotidiano? Para una alumna como Antares, cuyo modus operandi es la interacción directa con sus pares, el juego y la alegría juntos, el contacto con sus maestros y el ritual de la escolarización, la reclusión en un centro hospitalario no propicia la imaginación, porque pierde hasta la esperanza, ese “sentimiento irracional, pero necesario”, como la denomina Santiago Rojas (2013, 229).

Pero el ideograma chino crisis también es leído como oportunidad. La situación de Antares dio la oportunidad para examinar los valores de los interlocutores de la adolescente. En el caso de los profesores, verbi gracia, quienes enseñan ética, religión , sociales y demás áreas, se percibió que los proclaman en el aula pero no hacen praxis de ello, porque, dadas las circunstancias de su alumna, nunca la visitaron ni en la clínica ni en su humilde morada. Del 100% de enseñantes, incluido el director del curso, solamente el escaso 10% la visitaron y animaron a Resura, cifra preocupante, puesto que la interrelación con un educando enfermo hace parte de las relaciones pedagógicas, y si se asume que la pedagogía es un acto de amor, entonces ¿dónde está la pedagogía y dónde el amor de los educadores y directivos docentes de Antares? Si el amor es la fuerza motivadora de la vida y la “materia” de la que está hecho el universo, entonces ¿Con qué se motiva la vida de Antares para seguir existiendo?

Los compañeros de 7B, en cambio, asumieron una actitud contraria a la de sus docentes. Sin saberlo y sin tener formación como galenos, demostraron que aunque no podían hacer nada para detener la enfermedad de Antares, no les significaba que no hubiese nada que hacer; antitéticos ante el comportamiento de sus educadores, tomaron la iniciativa de escribirle cartas a su compañera y de hacérsela llegar por medio de su director de curso de la paciente. La clase de Lengua Castellana y la clandestinidad fueron los escenarios apetecidos. Insistieron los niños en la consecución de un teléfono para comunicarse con ella y en ir a visitarla. Estos hechos pueden leerse como cuidados paliativos que han repercutido en el fortalecimiento de la calidad de vida de Antares y en el apoyo a sus allegados. Además, dejan en evidencia la vivencia de valores positivos, como los denomina Adela Cortina (1993). 

Los estudiantes, también se sensibilizaron frente al dolor de la progenitora  e hicieron suya la situación colocándose, en el lugar de la madre de cada uno de ellos. Resura, verbalizó la experiencia con el grupo, escuchó las preguntas y los comentarios de los chicos y los animó a valorar más la vida y a “no hacer sufrir a los padres de esta manera”. Explicitó el viacrucis que vivió en la policlínica y con la EPS, para que atendieran a una menor y sacó en limpio una verdad que viene haciendo carrera en Colombia: “Los Derechos de los niños no son prevalentes ni superiores, lo son en el papel solamente”.
   
La niña no guardó silencio con sus compañeros, fue corresponsable; no obstante las vicisitudes de una clínica siquiátrica, escribió con su puño y letra un diario de campo y remitió varias cartas: Luego de unos cuantos días retornó al liceo, una vez resueltos cualesquiera inconvenientes propios de la incertidumbre y la ignorancia de directivos y docentes y de la iniciación de una nueva experiencia pedagógica.

El liceo: pedagogía y siquiatría.

Aunque el magisterio sabe que cerca del 35% del gremio afronta problemas de salud mental, asociados con el ejercicio profesional y ligados, principalmente, al Síndrome de Agotamiento Profesional, al estrés, al manejo inadecuado de las emociones negativas y a todas las implicaciones del Shock del Futuro, no expresa conciencia acerca de la polisemia de los trastornos en los niños, particularmente los de tipo mental. La etiología de esta actitud obedece a las falencias en el proceso de su formación, en la universidad y en el ejercicio docente. Por eso, esta experiencia y muchas que no se han escrito, junto con las que vendrán, llaman la atención acerca de la importancia de ir más allá de estas políticas educativas centradas en lo cognitivo.

Jesús Palacios, en La Cuestión Escolar, sugiere la corriente: La Crítica Antiautoritaria, engrandecida con tributos de las escuelas de sicoterapia y de la profiláctica. Acá fluyen las orientaciones de Freud sobre la “voluntad del placer”; Alfred Adler con la “voluntad del poder”, Carl Roger con la “Terapia centrada en el cliente”, Neill con la “curación de la escuela” Gerard Mendel con el sociosicoanálisis y otros. Viktor E. Frankl (Lukas, 2003) encajaría muy bien, dentro de esta corriente, con la logoterapia y sus aportaciones sobre la “voluntad de sentido”.  La educación, con esta mirada, dejaría de ser un proceso de trasmisión de conocimientos, tal como sigue primando, y se convertiría en una actividad terapéutica o, al menos, profiláctica, con nuevas herramientas para el abordaje de los serios problemas de consumo, suicidios, hurto, violencias, discapacidades, patologías, enfermedades anatómicas y mentales, síndromes y trastornos en general, que hoy azotan a los estudiantes, educadores y padres de familia y ante lo cual el magisterio no sabe cómo actuar.

El retorno de Antares al liceo se ve cruzada por muchas posturas, la mayoría sin fundamento ético ni científico. Hay quienes sostienen que “lo mejor es retirarla del plantel”, sin tener una previa recomendación de los profesionales de la salud mental; otros: “mejor que se vaya para evitarnos más problemas”; no faltaron quienes interpelan la desescolarización: “que la niña se quede en la casa y del liceo se le envían las lecciones”. Finalmente, hay un grupo de maestros que defienden la permanencia de la estudiante, sobre la base de que Resura, los directivos del liceo, los profesores y las entidades de salud asuman su rol. Sin consenso, solamente con la voluntad, con el argumento, con el apoyo de la familia de la niña, con la ruptura de la zona de confort de directivos y docentes y con la convicción de que una nueva experiencia “es posible”, la chica vuelve a su aula.

Los niños, quienes en ningún momento opusieron resistencia, fueron los primeros en preparar la llegada de la alumna de la constelación 7B. Consiguieron bombas, compraron una torta, se organizaron en grupos, dispusieron dibujos, letreros en las paredes y en el tablero y escribieron sus mensajes para entregarle personalmente a Antares. La adolescente retomó su puesto, se adelantó en las tareas con cuadernos prestados, notificó al director de curso sobre los medicamentos y el horario de ingesta.

Los educadores y directivos, entre tanto, recibieron curso de cualificación in situ sobre: Manejo de pérdidas emocionales; pautas respecto a la conducción del duelo sobre la base de los aportes de Carlos Bianchi; leyeron los libros: Lo que no tiene nombre de Piedad Bonnett: (2013), De cara a la muerte de Isa Fonegra de Jaramillo, Los niños y la muerte de Elizabeth Kuble-Ross, El sentido de la vida de Elisabeth Lukas (2008), El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl (2010) y Morir es nada de Pepe Rodríguez (sf), El manejo del duelo (2005), Anímate (2013),  y La estrategia del Ave Fenix (2013) de Santiago Rojas, entre otros. Accedieron en internet a los Derechos escolares del niño en duelo; recibieron formación acerca de la conducta suicida y leyeron La cuestión escolar de Palacios y el Poema Pedagógico de Makarenko. Exploraron películas sobre el duelo, han escrito sobre los aprendizajes que deja este episodio y se han preguntado: "¿Bueno, y qué sentirán los alumnos cuando regresa al salón de clase un maestro que está en tratamiento psiquiátrico?... porque nosotros ya lo vivimos con un niño y sabemos que no es fácil comprenderlos, cómo será para ellos?"

La aceptación restablece lo que la negación agrede.


Esta podría ser una de las tantas síntesis de las enseñanzas que deja esta experiencia  reflexionada. Asumir la crisis no como final sino como principio y como oportunidad, “ganar la batalla a la enfermedad sin tener que pelear contra ella” (Rojas, 2013, 221), practicar la inofensividad como lo recomienda el médico en mención; no ser indiferente ni actuar con desidia; convivir con nosotros mismos, porque proferimos, casi siempre, convivir con los demás, pero nos olvidamos del Yo; abrirse paso a las innovaciones, “tener siempre fría la cabeza, caliente el corazón y larga la mano”, como dijese Confucio, para ayudar a quien pide ayuda, es el epilogo que queda de esta reflexión.    



En El terror de sexto “B”, el rector anheló volver a presenciar el ingreso de Porki, por la puerta del salón “como si nada”; en la galaxia, Antares esperó ver que el rector removiera, del liceo, a ese profesor que le hizo juicios de valor a priori a cambio de auxiliarla en la elaboración del duelo. Contrario a lo esperado, Porki no retornó, pues estaba hospitalizado; el docente de Antares renunció al gremio, para dedicarse a disfrutar del estipendio pensional, sin ninguna sanción legal y sin el resarcimiento moral que exige la ofensividad a un menor y máxime a una niña. Igualmente, en este epilogo, Antares y Resura ponen en duda la  solidaridad de género de que tanto se habla en la sociedad y en el magisterio, pues su situación ameritó la aceptación, no el rechazo y la reprobación como efectivamente se patentizó.      


Cuentan los moradores de la nebulosa que la estrella fugaz sigue destellando el curso, que pese a las trances que genera una realidad como la descrita, socorrida en duelos, permanece amando su liceo y queriendo estar hasta el grado 12, con las otras estrellas que le dan también luminiscencia. Los astronautas que asumieron el viaje en esa cápsula, expresan su satisfacción por los logros obtenidos y se muestran dispuestos a compartir la experiencia, porque saben que éxodos como el de Antares están por venir muchos. “Ese año escolar no fue como el de todos los años, fue distinto al de los docentes Baktiaritas, fue un año nuevo, porque hubo reencuentro con la pedagogía”. Y la escuela debe estar como Perséfone, dispuesta con la granada de Hades, para sacar del submundo a quienes se están sumergiendo y ofrecer la luz a quienes están ad portas de caer en la obscuridad del consumo, del suicidio, de las emociones negativas, de los valores negativos, la soledad, la angustia y de la desesperanza.

Esta experiencia ratifica la hipótesis de que la escuela sigue siendo uno de los pocos establecimientos, en el país de los habitantes más felices del planeta, que está sirviendo de muro de contención a los múltiples problemas escapados de la vasija de Pandora; la escuela sigue siendo la patria de la infancia y de la imaginación de los niños y adolescentes. Pero, para no dejar fugar la esperanza, que se halla en el fondo del receptáculo, demanda del magisterio postura ética, moral y pedagógica, coraje, imaginación y conocimiento de las oportunidades o crisis que brinda el medio, para crecer y hacer que Colombia emerja en la resolución de sus conflictos, uno de ellos la guerra, otro la pobreza, otro la corrupción, flagelos contemporáneos, catastróficos para la humanidad “tan terribles, tan profundos y sobre todo tan vertiginosos -Apunta Sábato (2006, 61) -que aquellos que provocaron la desaparición de los réptiles resultan ser insignificantes”  ¿Por qué contentarnos con vivir a rastras cuando sentimos el anhelo de volar?, preguntaría H. A. Keller.   

Algunas fuentes documentales.


BONNETT, Piedad (2014) A criar se aprende, El Espectador agosto 23 de 2014

BONNETT, Piedad (2013) Lo que no tiene nombre. Bogotá DC, Alfaguara

CAMUS, Albert (1996). El  Mito de Sísifo. México, FCE.

CORTINA, Adela (1993) Ética aplicada y democracia radical. Madrid, Tecnos.


El Espectador (2014), mayo 28.  Aumentan embarazos en niñas menores de 14 años en Colombia.

FONEGRA, Isa (1999) De cara a la muerte. Intermedio editores.
GOPNIK, Alison (2010)El filósofo entre pañales. Madrid, Planeta.
LUKAS, Elisabeth (2003) Logoterapia. Barcelona, Paidos.
MINISTERIO DE EDUCACIÓN NACIONAL (2013). Guía 49, Bogotá DC
PALACIOS, Jesús (1984) La Cuestión escolar, Barcelona, Laia.
REYES, Yolanda (1995) El terror de sexto "B" Bogotá DC, Alfaguara. 
ROJAS, Santiago (2013) La estrategia del ave fénix. Bogotá DC, Planeta.
SABATO, Ernesto (2006) Hombres y engranajes. Buenos Aires; La Nación