sábado, 27 de diciembre de 2014

Postconflicto, conflicto y educación.


Postconflicto y conflicto: ¿El presente del pasado?

Posconflicto y conflicto son pasado y presente en la historia de Colombia.  Al primero se le define llanamente como el período de tiempo que sigue a la superación total o parcial de un conflicto, generalmente armado; no obstante, esta definición bien podría homologarse para otros arquetipos de conflicto, no necesariamente bélicos, en honor a su etimología. En un ámbito bélico puede determinarse como la fase que viene después de la firma definitiva de un acuerdo de paz, entre dos fuerzas que disputan poder, mediante las armas. A este acto, que hace parte de un proceso de paz, pero que no es el proceso per se, ni es parte todavía de un tratado de paz, puede denominarse armisticio, en el sentido en que hay cese de hostilidades y no incluye necesariamente un tratado de fraternidad. La Guerra de Corea en 1953 y el intento realizado, entre Francia y Alemania (1940), en la Segunda Guerra mundial, son palmarios ejemplos, para puntualizar que los actos de La Habana, entre FARC- EP y el gobierno de Santos, no pasa de ser un armisticio en desarrollo.


Este abrebocas no pretende debatir académicamente todo lo relativo a la Paz de Colombia, sobre lo cual hay sustanciosas investigaciones, sino llamar la atención respecto al rol de la escuela colombiana, institución que, dicho sea de paso, ha atendido muchas víctimas y cuenta, hasta la fecha, con más de un millar de maestros oficiales asesinados. Ahí surge la pregunta para la FECODE y para la CUT: ¿Qué están haciendo? ¿Qué han dejando de hacer? ¿Cuál ha sido la participación de las familias de educadores, trabajadores y escolares, víctimas del conflicto armado en las conversaciones de la Habana? ¿O siguen creyendo que fue suficiente haber votado por Santos? ¿Dónde están los documentos elaborados por el Comité Ejecutivo de FECODE, de los sindicatos regionales y de la CUT, que convocan a las comunidades a la discusión pedagógica, política y filosófica, para aportarle a la movilización social en pro del Derecho a la Paz? 

De la paz se ha venido hablando desde la llegada de los invasores españoles al continente. Los acontecimientos bélicos, entre las huestes conquistadoras de España y los Caciques, dan cuenta de los ancestros del conflicto armado y de las iniciativas de  Paz. El siglo XVI, en lo que hoy es Colombia, fue una época peliaguda en el conflicto armado.  Con armas de palo, con galgas, con grandes mojones de piedra, con lanzas y otros elementos del medio natural, indios como los Sátivas, Ocavitas, Lupachoques, Tundamas, entre otros, resistieron, día y noche, los continuos y repetidos ataques de los conquistadores de Iberia, logrando propiciarles afrentosas y humillantes derrotas. 

Pese a que los amantes de El Dorado, de las tierras americanas y de la salvación, estaban mejor apertrechados, con superior armamento y con más experticia en la guerra, no pudieron vencer como lo esperaban, teniendo que recurrir a la trampa, al engaño, al dialogo con interpretes. En esos diálogos, relatan los cronistas de indias, las promesas descollaron, convenciendo a los nativos de unas bondades que nunca se dieron y que por el contrario, con el quebranto de la palabra por los peninsulares, condujeron a comunidades aborígenes a la exasperación y al exterminio, antes que la servidumbre y la humillación.  

Contaba mi maestro de Música, Matemáticas, Historia, Lenguaje y Geografía, de 5º primaria, que la gran marea humana de indígenas corrió en dolorosa peregrinación, desde lo que hoy es Sativanorte, Onzaga, Susacón y Soatá, hasta la cima de la nevada montaña de Guicán, en busca de la libertad y de nuevas tierras, luego de haber firmado, al parecer el primer pacto de paz del continente con Gonzalo Suárez Rendón, pero el voraz apetito de los europeos persiguió a los indómitos guerreros y valientes indios. “Siguiendo el gloriosos ejemplo de Guanentá y su gente -se lee en el libro: Destino Histórico de un Pueblo (1964), escrito por mi extinto profesor- sin humillar jamás la altanera cerviz ante el invasor, en el sitio denominado el Peñón de los Muertos sellaron con heroica muerte la epopeya”.

Como esta historia hay muchas que leer en la evolución de la personalidad de la actual Colombia. Son relatos que ponen de manifiesto la existencia del conflicto y del posconflicto. Un conflicto, que como lo exponen Renán Vega y Mario Ramírez-Orozco, es armado, social y político. Muchos colombianos somos hijos, nietos, tataranietos y victimas de ese conflicto y sobanderos del postconflicto.  Café y Conflicto en Colombia, es un esfuerzo que hace el profesor Bergquist (1981) para mostrar los orígenes, desarrollos y consecuencias de la Guerra de los Mil Días. La Violencia en Colombia, una radiografía sobre el desangre de las regiones colombianas por la violencia, escrito por una comisión en cabeza de Fals Borda, Germán Campos, Umaña Luna (1962) y otros, es una fuente que también evidencia la guerra y el conflicto armado interno en nuestro país.  


El trabajo de Daniel Pécaut, P. Oquist, D. Bushnell, D. Malcolm, M. Palacios, P. Gilhodes, el de los llamados violentólogos, erigido por profesor Gonzalo Sánchez y un significativo equipo de investigadores, lo mismo que el Centro de Memoria Histórica, los escritos de Alejo Vargas, Carlos Medina y otros, son fuentes inagotables y exquisitas que nos incitan a comprender lo que ha significado la guerra y el sentido del Derecho a la Paz.  

El profesor Ramírez- Orozco, en su libro: La Paz sin engaños, expone diez intentos de paz en Colombia, concentrando la atención en el siglo XX. El primero, lo ubica en El Bogotazo, bastaría con leer el libro de Arturo Alape para comprender lo ocurrido; el segundo, en la dictadura de Rojas Pinilla y todo lo que acaeció en las regiones entre pobres liberales, y pobres conservadores, como lo escribe Wiiliam Ospina. Se da el nacimiento del bandolerismo; viene el Frente Nacional o la excluyente; luego, la “paz” represiva o criminalización de la protesta, agenciada por los gobiernos de López  M. y Turbay Ayala contra los movimientos sociales. 

El quinto intento es el de la paz objetiva, momento en el que el gobierno de Betancourt reconoce que hay unas condiciones objetivas de la violencia, unas causas estructurales del conflicto y se anima el dialogo con las FARC. Marc W. Chernick, en su libro:  Aprender del pasado: Breve historia de los procesos de Paz en Colombia (1982-1996), sostiene que a partir de 1982 comienzan los procesos de paz en Colombia. Durante el gobierno de Virgilio Barco Vargas y César Gaviria. “Se abre un espacio de paz y se desmovilizan grupos como el M-19, el Quintín Lame, una parte del EPL y el PRT. Las FARC y el ELN quedan por fuera. Emerge la Constituyente de 1991. 

La Constitución del 91, según el profesor Ramírez-Orozco, fue el 7º escenario. Este intento de paz consistió en que hubo unas fuerzas que decidieron dejar la lucha armada y trataron de incluirse en el escenario político, mediante garantías otorgadas por una nueva carta Magna. “El plan garrote” corresponde al 8º escenario en el que Bogotá y Washington firman el Plan Colombia. Entra el fenómeno del narcotráfico a afectar la lucha armada. En el penúltimo intento está lo atinente al Cagúan, la paz con las FARC en el gobierno de Pastrana y el Plan Colombia a la vez. Por último, las AUC se desmovilizaron pero no bajo consideraciones de un proceso de paz y nacen las Bacrim. 

Todo este somero recuento para evidenciar que lo del conflicto y lo del posconflicto no es una situación de ahora, data de tiempos memorables. También para interpelar: ¿Qué papel ha jugado la educación en estos acontecimientos de la vida nacional, toda vez que hace parte del conflicto? ¿Qué ha pasado con los currículos? ¿Se continúa enseñando la historia de los héroes, los relatos de las guerras del mundo y muy poco se sabe de la nuestra? ¿Qué le aporta y que le ha aportado a esos acontecimientos? ¿Es posible un movimiento pedagógico alrededor de la Paz? ¿El magisterio recuerda lo que fue la Guerra de las escuelas, en el siglo XIX, con Eustorgio Salgar? (Jaramillo, 1984) Las preguntas afloran, porque en los eventos referidos, en las posibles soluciones, fluyen los cuestiones judiciales, militares, económicas, políticas y administrativas, internacionales y sociales, pero no se avizoran las educativas y de salud, nodales en el abordaje del conflicto y en cualquier postconflicto. Educación y Salud, que son los posibles remedios para extirpar el cáncer generalizado de la violencia en ese cuerpo llamado Colombia. 

La Fundación Ideas para la Paz y la Universidad de los Andes, por ejemplo, publicaron en el 2002, hace una docena de años, un libro titulado: Preparar el futuro: Conflicto y post-conflicto en Colombia, en el que sus autores esbozan ciertas temática, retoman ciertas ideas de Organización de Naciones Unidas y proponen algunos aspectos estratégicos para el abordaje del posconflicto en Colombia, siendo la educación y la salud, sobre todo la salud mental, las grandes ausentes. 

El magisterio de Colombia no puede ser ajeno a las iniciativas del armisticio, del conflicto, del proceso de paz y del postconflicto; de una parte, porque como ya quedó dicho, hacemos parte de los dos; de otra, el quehacer pedagógico, la calidad de la educación, el cultivo de los derechos de los niños y adolescentes, lo mismo que el restablecimiento de derechos vulnerados y la comprensión del fenómeno de la violencia, entre otras tramas, hace parte sustancial de la escolaridad.Además, porque la educación hace parte del remedio, pero no de la manera alopática como se viene suministrando sino con una educación alternativa en la que el magisterio y las comunidades educativas sean sujetos de las políticas y no objetos de las mismas.   

Un representativo número de maestros y maestras provenimos de zonas de conflicto armado y una cantidad considerable de colegas habitan en ellas. Es muy difícil encontrar una entidad territorial colombiana que no haya sido afectada por el conflicto, hasta Gorgona engrosa el guarismo. En el ejercicio de la práctica pedagógica los educadores, en un alto porcentaje, desconocemos las historias de los estudiantes y en ellas los efectos de los conflictos: familiar, emocional, económico, legal, académico, social, personal, laboral y armado. Y esa ignorancia impide hacer un proceso educativo acorde con las exigencias de las vivencias y de las expectativas de los educandos.

Volviendo a mi historial escolar, esta vez ya no como alumno del profesor de 5º primaria, sino como maestro de niños y niñas de 1º a 5º, en una zona de conflicto social, político, económico y armado, donde empecé a laborar a finales de 1970, no olvido la situación que tuve que experimentar con 20 de los 26 alumnos, hijos de una docena de viudas. Los padres de esos escolares murieron en una emboscada tendida entre grupos armados de la región. Cuando me encontré con el estudio concienzudo de la pedagogía, de la sicología y del duelo, por una situación muy particular, empecé a comprender que con esos estudiantes no hice lo que debía hacer, pero igualmente entendí que no lo sabía, que la Normal ha debido dar algunas pistas para el accionar pedagógico, que aunque, contrario al adagio popular de que "nuca es tarde para nada", en acontecimientos,  como la elaboración de los duelos, la tardanza afecta negativamente la calidad de vida incluso la continuidad de la misma. Empero, la experiencia indica que se requiere accionar en este campo y más en el postconflicto.  

Por lo dicho, considero que el magisterio, las normales, las universidades y las entidades formadoras de docentes in situ y  las organizaciones gremiales, deben hacer suya la causa de preparar a los educadores para el conflicto y el posconflicto, prospere o no el armisticio en La Habana. Pero en esta preparación es fundamental la participación de los educadores con la narrativa de sus historias, con la escritura de sus relatos y con la ilustración de sus testimonios, acerca de la manera como ha vivido el conflicto, sobre los métodos usados con los estudiantes y con las comunidades para tomarlos, intervenir y avanzar en el proceso de enseñanza y de aprendizaje. “La única manera de no repetir la historia, es mantenerla viva”, escribió Eduardo Galeano.

José Israel González B.
Bogotá DC, diciembre de 2014
ocavita@yahoo.com