domingo, 25 de septiembre de 2016

La guerra en la escuela, la Escuela como Territorio de Paz

“El crimen es falta de patria para la acción, la perversidad es falta de patria para el deseo, la locura es falta de patria para la imaginación” E. Zuleta

Con esta cita de Estanislao Zuleta, quiero abrir esta reflexión, interpelando nuevamente el sentido de la Escuela como Territorio de Paz, sobre la base de la versión de Anapía, una orientadora de un colegio público de la ciudad. 

Anapía cuenta que, en la localidad donde ella labora, hace algo más de un lustro, un equipo multidisciplinario de profesionales de la salud, proveniente de una acreditada universidad de Bogotá, realizó un estudio acerca del Síndrome de Agotamiento Profesional (SAP) de los maestros, de tres centros escolares, hallando como novedad que de cada 100 maestros 29 estaban afectados por el síndrome en mención y cerca del 50% presentaban episodios de despersonalización. Los orientadores escolares, dentro de este estudio, aparecen como las personas más afectadas adversamente en la salud física, mental y en sus emociones.  

“La dimensión del SAP más frecuentemente reportada como alta es el cansancio emocional: 43.9% de los docentes reportan valores altos o medios en falta de realización personal; 49.8%, en despersonalización, y 57.4%, en cansancio emocional. Y por lo menos 25% reportan alto en cualquiera de estas dimensiones” (González, 2013)

Luego de este apunte, Anapía comenta que en su colegio hay al menos cinco situaciones que llaman la atención acerca de la materialización de la Escuela como Territorio de Paz. La primera, la existencia de un maestro que, en carne propia, sufrió durante tres años, el secuestro de un hermano y en la actualidad el de otro, por un grupo guerrillero. La ilusión de ese profesor es que devuelvan al seno de la familia, nuclear y extensa, a su hermano vivo y pronto. Pero, las variables que determinan el cumplimiento de esa perenne ilusión están en manos de la insurgencia y del gobierno, no de la familia ni del secuestrado.

La segunda, el caso de una profesora que, desde hace más de dos años, tiene desaparecida a una hermana. De manera similar al profesor que sufre el secuestro de su hermano, la educadora mantiene la ilusión de que le devuelvan a su hermana viva, o “al menos nos digan si está viva o muerta y donde está “ o, en el caso más dramático, “que nos entreguen sus restos”. El alcance de estos deseos está sometido a variables independientes a la familia, penden de que quienes la han desaparecido actúen con la verdad. En el marco de los actuales acuerdos de Paz se leería: “hacer efectivos los derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición y responder al anhelo de la sociedad de una paz estable y duradera, con justicia social, convivencia pacífica y ampliación de la democracia” (Moreno, 2016)
       
La tercera situación, tiene que ver con los estudiantes de grado 11, a quienes, año tras año, les notifica sobre el deber de inscribirse para “definir su situación militar”, de lo contrario no podrán ser togados. Anapía no oculta su desconcierto con esta medida y a renglón seguido anota: “¿Qué sentido tiene para un agricultor, arar el terreno, desyerbar y aporcar la labranza, cuidarla de las plagas, protegerlas del clima hostil y ayudarla a madurar, si al final tiene que entregarla a quienes no han sido parte de la siembra para que la sometan al fuego, es decir la  malbaraten en la guerra ?”  

Anapía, además de plantear su preocupación, a través de esta analogía, refrenda que pese a que los bachilleres, que cumplen con el citado deber no van directamente a la confrontación armada, el hecho de poseer un uniforme de los organismos de seguridad del Estado los asocia con la guerra. “Qué bonito es encontrarse uno con los egresados portando las batas blancas, el vestuario cotidiano, los uniformes azules, rosados, rojos y un variopinto de colores, denotando que han continuado sus estudios”. Ausculta también la orientadora las dificultades que acarrea la declaración de la Objeción de Conciencia y la angustia que revelan, sobre todo, las madres de familia, porque saben el riesgo que corren sus hijos en el servicio militar.

La cuarta situación refiere a los dolores alojados en las aulas de clase. En una investigación realizada por Anapía, usando la historia Gráfica de Recuperación de Pérdidas Emocionales, con estudiantes de grado 6º a 11, encontró que el 82% de los educandos que participaron en el desarrollo del instrumento anunciado tiene duelos sin elaborar. La muerte de abuelos, tíos, hermanos y amigos ocupa el 53%; las enfermedades en los miembros de la familia extensa conquistan un 11% y las separaciones de los padres el 32%. La pérdida de animales por muerte, por extravío y por apartamiento ordenado por  los padres, merece un importante lugar, con un 54% del total de niños y niñas. Suman los accidentes, fracturas, quemaduras, peleas, laceraciones, robos, maltrato, castigos, entre otras formas de afectación de la integridad físca y sicológica. El conflcito armado ha incidido en un alto porcentaje en la existencia de estos duelos.
  
La quinta situación se ocupa de la comunidad. Anapìa ha conocido, mediante la interacción cotidiana con padres de familia de estudiantes que han desertado de los colegios o los han expulsado, que muchos de esos niños y adolescentes engrosan pandillas, bandas delincuenciales, redes de micro narcotráfico, trata de personas, prostitución, cuyo destino final es la enfermedad, la cárcel, el cementerio. Son muy raros los casos, en que  la reeducación o rehabilitación social se logren. “No queremos seguir viendo a madres, padres de familia y hermanos seguir recibiendo a sus hijos en Medicina Legal”, adujo un grupo de madres en un foro sobre la Cátedra de Paz.    

Rodrigo Parra Sandoval y otros. (2000, p. 20) no dudan en afirmar que la organización de las pandillas debe su expansión «a la inoperancia de la justicia en el mundo escolar, a la ausencia de mecanismos que decidan legítimamente los conflictos que surgen en la vida estudiantil». Estudios longitudinales, hechos en Europa y en Estados Unidos, ponen en evidencia que esos aprendizajes no corregidos en su momento son los que amamantan ulteriormente la criminalidad, el acoso sexual, la violencia intrafamiliar y el riesgo de que los hijos de esos exalumnos reproduzcan prácticas similares, guardadas proporciones, como en el caso de los embarazos en adolescentes, que hoy es un problema de salud pública declarado en el país desde el año 2005.
Las cinco situaciones que declara Anapía y los relatos de Ambrosio nos llevan a discurrir que la Escuela como Territorio de Paz no es un ideal. La Escuela como Territorio de Paz, de acuerdo con lo expuesto, parte de reconocer la existencia, en el seno de auals y en las instituciones escolares, de situaciones como las que enuncia Anapía, situaciones que están permeando, en el marco de los pos acuerdos, cientos de centros educativos, decenas de maestros y miles de familias colombianas. La Escuela como Territorio de Paz, vista de esta manera, convoca a todos los docentes, padres de familia y educandos a ser solidarios, unos con otros, para que los dolores del secuestro, la desaparición forzada, el maltrato, la guerra, la muerte, el desplazamiento forzado y la violencia, cesen y esos deseos e ilusiones de familiares y amigos lleguen a feliz término, no de otra manera sino a través de la consecución de la Paz con justicia social. En este sentido, la aprobación del plebiscito es apenas una de las priemras gradas en la larga escalinata de la tan anhelada Paz.

La Escuela como Territorio de paz aboga por la existencia de patria para la acción, para el deseo y para la imaginación; de esa guisa, el crimen, la perversidad y la locura tendrán que irse al abismo. Parafraseando a  Manfred Max Neef, el crimen, la perversidad y la locura, son como ese enorme rinoceronte, que fácilmente aplasta a un zancudo, pero que si los zancudos conforman una nube, entonces el rinoceronte podrá desesperarse y hasta lanzarse al abismo.

Algunas fuentes consultadas.

González, J (2013) Recuperado: http://senderopedagogico.blogspot.com.co/2013/02/ls-orientacion-escolar-en-colombia.html
Parra Sandoval, R., González, A., Mortiz, O. P., Blandón, A. y Bustamante, R. (2000). La escuela violenta. Bogotá: Tercer Mundo.
Zuleta, E. (1994). Elogio de la dificultad y otros ensayos. Medellín: Fundación Estanislao Zuleta.

Josè Israel Gonzàlez B.
Trabajador social/oreintador colegio Nuevo Horizonte
ocavita@yahoo.com

sábado, 10 de septiembre de 2016

La Escuela:Territorio de Paz y el maestro ignorante

 
“Quien enseña sin emancipar embrutece.Y quien emancipa no tiene porque preocuparse por lo que el emancipado debe aprender”. (Ranciére, 33)

Cuenta Ambrosio, un maestro de escuela, graduado en 1976, en una normal regentada por monjas, que su primera experiencia laboral ocurrió en el Magdalena Medio. La escuela, según Él, estaba localizada a 8 horas del casco urbano y que, para llegar, rendía mas “a macho tobillo” que a lomo de mula. Su arribo al centro escolar, donde hacía más de un año la maestra que trabajaba allí debió salir por amenazas de un frente de las Farc, por el asedio de grupos armados, que años después se denominaron paramilitares y por la delincuencia común, que tenía su centro de operaciones entre las minas de esmeraldas y los sectores aledaños a las mismas, fue la necesidad de  trabajar para ayudar a los padres y hermanos.

“Yo no sabía ni siquiera que ese municipio existía, pero como no tenía palanca en la Secretaría de Educación, que en ese entonces la presidían los liberales, me ofrecieron por allá y yo me fui sin pensarlo…La llegada a Otanche fue lo de menos, el problema era para salir de la región: ni los campesinos, ni el director de grupo, ni los niños, querían que uno dejara la escuela, porque nadie quería irse a ejercer a ese territorio, por miedo a la violencia”.

Ambrosio cuenta que a la cabecera municipal solo había transporte público y particular, entre las 6 de la mañana y las 6 de la tarde. Quien desobedeciera esa orden, que no era estatal, corría el riesgo de ser atacado por los grupos armados existentes en la región: guerrilla, esmeralderos, los “Pájaros” y los “Tupamaros”. “El día de mi arribada, por primera vez, en un caserío llamado Santa Bárbara, se treparon al bus unos sujetos armados, se atrincheraron detrás de la puerta y en la retaguardia del automotor, le exigieron al conductor que acelerara y que no fuera a parar hasta que ellos le dijeran. A nosotros nos pidieron que nos agacháramos debajo de las bancas o que si podíamos nos acostáramos boca abajo…yo no se cómo llegamos al pueblo…en todo caso en la agencia de la flota nos encerraron hasta que paró un enfrentamiento a bala” 

El jefe de núcleo, estaba informado de que ese día llegaba a su jurisdicción un nuevo docente, oriundo del interior del departamento, cuyo nombre era Ambrosio: Él, muy solidario le permitió pernoctar en su habitación, sobre unos periódicos tendidos en el piso. Al día siguiente, tenía citados a los líderes de la vereda Cayetano Vásquez, lugar donde quedaba la escuela. Mientras los campesinos acordaban la manera de transportar al docente a su escuela ocurrió una masacre en Cascuez, un caserío aledaño a la mencionada escuela. “Yo no pude ni conocer la escuela, porque a las 20 familias que conformaban la comunidad les tocó abandonar sus parcelas al día siguiente. Sabían que su vida corría peligro”.

Pero en el municipio había muchas escuelas sin maestros, poseía varias vacantes ocasionadas por el traslado o la renuncia de docentes, víctimas de amenazas y de desplazamiento forzado. No obstante, el director de grupo se comprometió con los campesinos de otra vereda a enviarles el maestro que no pudo llegar a Cayetano Vásquez. “Yo duré tres días en el pueblo sin hacer nada, mis compañeros me dieron techo, comida y bebida…El sábado, día en que los agrodescendientes llegaban de las veredas con el cacao y el café, únicos productos que sacaban al mercado, en mulas, el jefe de grupo me presentó ante ellos y el domingo arranqué para otra escuela rural, distante 8 horas, montado en una mula, por una trocha encumbrada, rodeada de selva, atravesada por quebradas caudalosas, poblada por insectos y reptiles venenosos”.

La escuela: una disputa de los grupos armados

La escuela, una construcción en madera aserrada por los campesinos, con tejas de zinc, edificada en un potrero lindado por frondosos arboles y sitiado por dos riachuelos, como si fuese la Media Luna de las Tierras Fértiles, distaba una hora de la casa en la que vivía Ambrosio. “Todos los días me tocaba caminar ese trayecto cruzando cercas alambradas, lotes de ganado y disímiles riachuelos. El desayuno constaba de una taza de changua guisada con gordana, sal y chontaduros. Del almuerzo, cada día se encargaba una de las 22 familias que poblaban el vecindario… me lo llevaban, envuelto en hojas de plátano, junto con una botella de guarapo o chicha de chontaduro”.

El horario, según el relato del docente, era de 8 de la mañana a 4 de la tarde, incluyendo dos horas de almuerzo y dos recreos: uno en la mañana y otro en la tarde. Los sábado se daban las clases de coprogramáticas y educación física hasta el medio día. Los domingos se debía asistir a misa, pero dada la distancia, los niños, sus familias y el maestro, mensualmente, debían concurrir a un corregimiento cercano a cumplir con el primer mandamiento de la iglesia católica.   

La distancia de la escuela a la vivienda de l maestro y de los niños no era un problema mayúsculo; la presencia de insectos y reptiles peligrosos se sobrellevaba con el cuidado personal; el horario de trabajo también era llevadero; pero la presencia de los grupos armados amenazantes de la existencia “era el verdadero dolor de cabeza para uno, el miedo de que en la noche entraran a la vivienda y nos mataran a todos por: informantes, por sapos o por no decir lo que ellos querían oír”.

 A la escuela asistían 32 niños, sin uniforme, distribuidos en 4 grados. La enseñanza se basaba en contenidos del Decreto 1710 de 1963, la cartilla Charri, el catecismo Astete, la Historia Sagrada y las Guías Alemanas (Laitón, 177). Ese fue el patrimonio bibliográfico que recibió Ambrosio del Comisario de la vereda. El plantel contaba con un tablero de madera, 6 bancas elaboradas por los campesinos con tablones extraídos del ecosistema y la caja de tiza que apenas había empezado la antecesora docente, que según los comentarios había cursado hasta segundo bachillerato, lo mismo que la mayoría de los educadores del área rural. Su formación no le permitía ubicarse en ninguna de las dos categorías del escalafón existente, en ese entonces, para los maestros de primaria. El togado como normalista, de ese entonces, automáticamente obtenía la categoría segunda y luego de dos años de experiencia certificada, ascendía a la primera categoría. Ahí, en esa categoría murieron miles de maestros que por su edad y formación no alcanzaron a ser asimilados en el Estatuto Docente conquistado por le magisterio de Colombia en 1979 (Decreto 2277). Si el normalista ejercía en secundaria, el escalafón y el sueldo eran distintos. 

La escuela: escenario de conflicto y territorio de Paz.
  
La escuela de Ambrosio mucha veces fue asediada por fuerzas armadas. “En una ocasión, yo estaba revisando los cuadernos de los niños de tercero, cuando abandonaron abruptamente las bancas gritando: “llegaron los del frente”. Se trataba de cinco hombres armados con fusiles, pertenecientes a las FARC, según leí en los brazaletes, estaban patrullando la zona. Su recomendación fue: si alguien le pregunta a quién vio pasar por acá, usted no ha visto nada, porque la vida le puede costar por sapo…nosotros lo que hacemos es proteger a los campesinos de la región ... Recuerdo que eso fue un viernes; el lunes siguiente llegué a trabajar y el ejército no me permitió ingresar a la escuela, todo el predio estaba custodiada por soldados…hasta el miércoles pude entrar… y así me pasó en muchas ocasiones: “sin Dios ni Ley” .

El relato de Ambrosio también alude a la situación de sus alumnos. Cuenta que de los 32 educandos, 19 habían perdido a su progenitor en una emboscada tendida por la guerrilla a una banda de cuatreros. “Le dieron de baja a uno y esperaron que los otros abigeos fueran a recoger el cadáver. Ellos nunca llegaron, no obstante los campesinos de la región, en un acto humanitario “hicieron gente” y fueron al levamiento, cayendo bajo las balas de los insurgentes”.

Sin duda es una situación azarosa para un maestro que ni en la Escuela Normal, ni en la universidad le advierten sobre la existencia del duelo y el imperativo de abordarlo, para prevenir enfermedades fisiológicas, mentales y para mejorar la calidad de vida de quien lo padece. Es un asunto preocupante en un país en guerra y en el que la escuela, como lo relata Ambrosio, no ha escapado al conflicto armado, intrafamiliar, académico, al matoneo, a la violencia como: obtención de estatus, defensa del territorio, modo de resolver conflictos, catarsis,  entretención, reivindicación social. A esos enseñantes de la Escuela Normal y de la universidad, intelectuales de la educación, E. Zuleta (1994, p. 107) les diría y les dirá: “Yo no creo que el intelectual colombiano pueda darse el lujo de no pensar en la violencia”.  
 
La Escuela territorio de Paz, siguiendo Rancière, es una escuela donde la explicación no puede seguir siendo el mito de la pedagogía, donde la parábola del mundo dividido entre espíritus sabios y espíritus ignorantes, entre maduros e inmaduros, entre capaces e incapaces, entre inteligentes y tontos, entre “buenos” y “malos” como moralmente se estigmatizan.  La Escuela Territorio de Paz es la institución que hace del Derecho a diferir, el motor de la democracia.  La Escuela Territorio de Paz es el lugar en el que se no se enseña la filosofía sino se enseña a filosofar, como lo sugirió Sábato. La Escuela Territorio de Paz es el escenario en el que el conflicto no se excluye, sino que tiene lugar y su resolución se hace desde el ser sintiente-pensante o sentimpensante. La Escuela Territorio de paz  es el lugar que hace de Colombia. “un país al alcance de los niños”, como lo proclamó García Márquez.

La Escuela Territorio de Paz es la escuela que emancipa, evocando a Freire y a Jacotot, en Ranciére. Es la escuela que supera la violencia simbólica, glorificada en los rituales de la enseñanza, en le currículo formal, en las normas que vulneran derechos de los aprendientes, pretexto de “formarlos” y también de los agentes de la comunidad educativa.

La Escuela Territorio de Paz es el establecimiento que deja aprender. Es la escuela, volviendo al Maestro ignorante de Ranciére, en la “que se puede enseñar lo que ignora y que un padre de familia, pobre e ignorante, puede, si está emancipado, encargarse de la educación de sus hijos, sin el auxilio de ningún maestro explicador”. La Escuela Territorio de Paz es la escuela que potencia la existencia, que desvela la ceguera y transforma los avatares que ha vivido Ambrosio y que padecen muchos maestros en Colombia. La escuelas Territorio de Paz, evocando a Bachelard, es el territorio en el que “el aire es una paloma que, apoyada sobre su nido, calienta a sus hijuelos”
     
Algunas referencias
        
Bachelard, G. (2000). La poética del espacio. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Laitón C. A (2008) Saboyá. Campesinos, violencia y educación. Bogotá DC: Códice
Ranciére, J. (2007) El maestro ignorante. Buenos Aires: Libros del Zorzal.
Zuleta, E. (1994). Elogio de la dificultad y otros ensayos. Medellín: Fundación Estanislao Zuleta

José Israel González B.
Trabajador social/orientador
Colergio Nuevo Horizonte. Bogotá DC.
ocavita@yahoo.com